Aunque es lo más puro de mi corazón,
entre tanto temor,
y tanto miedo,
y dolor,
mi amor, amor, ha sido solo una ilusión.
La mirada que utilizas para juzgar,
a hombres y mujeres por igual,
es un enigma,
es el mayor abismo en que haya caído.
Con solo mirarme mi filiforme figura se enerva,
pero lo que más hace que me sorprenda
es que nunca me has mirado.
Te respiro en todas partes;
en la mañana y en la noche,
en mis versos hermosos y en las épocas de derroche
y ese olor lo llevo tatuado en mí,
mas es increíble que no sepa cuál es.
Te escucho en cada eco de una habitación,
en una conversación coloquial y casual,
entre cada pausa de los poemas más románticos que se hayan escrito jamás.
Noto tu voz en la melodía de un dulce piano,
en una guitarra sollozante,
y así sigo sin saber cómo suenas cuándo hablas.
Te toco en cada libro,
entre página y página,
en la brisa que tacto
en las flores del campo.
Al despertar mis brazos se extienden
con la vana esperanza
–oh, pobre de ellos–
de encontrar la silueta que,
infortunadamente,
solo reposa en mi mente fantasiosa.
Y tus labios, mujer, tu sabor,
lo demás lo puedo imaginar –o soñar–
pero esto no baja de la cúspide de la imposibilidad,
del altar de las añoranzas.
Ese será el único lugar en que no te encuentre,
en que te halles distante,
pero ojalá todo cambie
para vivir mi eternidad
en ese instante.
Discúlpame por haber caído en este abismo,
eterno abismo,
de pensarte, soñarte, desearte y esperarte;
me confieso cual niño travieso ante el cura
sabiendo que es dura la confesión,
pero sin en un momento arrepentirme
porque mi única culpa habrá sido amarte.
Aunque sigas sin saber mi secreto y mi disculpa
y por eso, amor, mi amor es una ilusión.
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