Tu nombre
lat. mirari: "admirar"
Maravillosa, digna de ser admirada
I. La Condena de la Mirada
¡Quiero que te tapes los ojos y te arrodilles!
¿Quién podría mirarte a ti?
Tus ojos capturan el instante,
y petrifican mi amanecer.
Corrompen mis venas,
beben mi sangre o me anudan las arterias;
esos mismos ojos que me juran amor y cariño.
Esos ojos, esos ojos son míos.
No se perdonan ser;
cuando te miran, entierran su luz en su propia tumba.
Todo lo que anhelo es alejarme de este malestar.
II. La Burla del Mito y la Carroña
Mi amor, un mito sonado en la bruma,
satín que enreda a los amantes
en su finura.
No, nada de eso...
Es el buitre que vuela
en los altos de los ciegos,
y por eso los pajarillos
se han callado, no han cantado.
III. El Juicio del Silencio
El satín ha vuelto a rasparme;
ha medido mis escrúpulos
en su silencio sabio,
se le ha escapado su luz de media tarde,
juguetona.
Es su juicio:
sabe que me pone somnolienta,
y es todo un suplicio.
¡No dejes ver mi sombra!
Ahí se ahogan los muertos,
ya muertos...
¡No hay remedio!
Por favor, no sé por qué aún avanzan.
No sé por qué me miran,
pero nadie debería entenderlos...
¡Es mi peor pesadilla!
IV. El Olvido en la Rama
Arrastro la noche en tus brazos,
reprochándote cada uno de mis males
sin poder evitarlo.
Es la figura de una fuga en el pecho,
y una vida entonada en las ramas
de las que ya no prenden frondosas.
A la luna y al sol, unas hojas
que olviden
el espesor de la noche
y el bochorno del día.
Tú te marchaste frondosa en la calma,
y yo me quedé de piedra,
sin saber quién ser a tu lado.
Adnare
[...]
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