...
El timbre no funciona.
El chirrido era muy desagradable. Y llevaba sonando más de sesenta años, desde que se subió aquella chapa enrollable el primer día de marzo de aquel año de las sombras.
La empresa podía dar un buen servicio pero no parecía que fuera diligente en lo auto servicial. Y esa podía ser otra de las coartadas para cerrar la tienda, pero Manoli no quería dejar su negocio de puertas y persianas. Sus nietos, cada uno hijo de un padre distinto, le pedían que se jubilara ya, pero ella estaba decidida a seguir al frente de todo mientras la vida no le robara las fuerzas que la vida le regalaba.
-Llevo desde los ocho años trabajando y no sé hacer otra cosa.
-Pero, abuela, tiene usted ya ciento ocho años.
-La edad no importó cuando empecé ¿Por qué va a importar ahora?
-Todo el mundo merece descansar.
-Descansaré en paz cuando me muera. Y con toda la eternidad por delante.
No, no había nada que hacer. Manoli no se dejaba convencer por nadie.
Los médicos, la familia, las amistades muertas (sí, a sus alturas de siglo no le quedaba nadie), la clientela, todo el mundo le afeaba el empeño en acudir cada día al mostrador, atender, hacer cuentas, pedidos, limpieza...
El negocio ya no era tan rentable como pudo serlo alguna vez, y los nietos (Almizclo y Baturarte), que nunca habían tenido más interés que el dibero, querían cerrarlo y vender el local.
-Mientras me corra una gota de sangre por las venas, nadie va a vender lo que tanto me costó levantar desde nada. Y si seguís insistiendo, ni cuando esté muerta recibiréis nada. No se lo regalaré a la Iglesia, que menuda pocilga de mentiras es, pero alguien habrá que lo aproveche mejor que vosotros. Hijos de nadie.
Manoli, era mujer brava que había enterrado a más hombres que el cura siniestro de la Alcazaba (esa historia la contaré otro día). Nadie la había gobernado desde el día en que acabó a su propio padre. "¡Hombres. Maldita la falta que hacen!" Decía Manoli mientras bebía tragos amables. Su único vicio conocido. Su único placer constante.
Ciento ocho años de trabajo, con una salud envidiable, pero con una vida que mejor hubiera acabado antes de empezar.
"¿Como crees que puede alguien aguantar esta mierda de vida?" Afirmaba rotunda: "Bebiendo cerveza y sin casarse".
Vale.
(Para el ínclito Begueria. Fuera de trastes).
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