En la feria del libro alguien me agarró un brazo, el problema era que ese brazo estaba justamente, sujetando un libro. El hombre exasperado de un tirón me arrojó a la calle, adivinando mis intenciones ya que soy reconocido hurtador de libros.
«Hazte de fama...» decían los romanos y lo repite Fito en otra sórdida canción (La rima lo ameritaba Fito, perdóname, yo te quiero y te escucho siempre) ya vencido de mis pretenciones me recupero del estupor y la verguenza limpiándome las ropas raídas y sucias como deshaciendome del mal trato por intentar aprender. Sí, nunca ví el robo de libros como un crimen, el método Bolaño, la necesidad certera.
Y tenía la inocente presunción de que era algo conmovedor y respetable, tendría unos quince años o recién cumplidos los dieciséis. Salido de la tierna infancia donde siempre inculcaban el conocimiento, algo así como "el saber es lo único correcto" o no recuerdo exactamente cuál era el lema jesuita que repetían en la escuela.
De mis actividades delictivas me arrepiento, nunca hice daño a nadie, osea, nunca despojé a nadie de sus pertenencias, solo de sus sueños, esperanzas e ilusiones. Era joven y estaba loco, loco por experimentar el amplio mundo, loco por el color y el sonido, loco por lo bebido y sus aderezos y loco porque desde hacía un tiempo me sentía muy sólo.
Había abandonado mi casa en el pueblo, me había adentrado a la urbe, recorrí esos caminos como en algún tiempo mi abuelo, dicen, gran trotamundos que llegó desde Colonia.
En este tipo de evocaciones y recuerdos pierdo mi tiempo en los espacios telúricos, al principio fueron los versos los que me hicieron adentrarme a lo profundo, luego fueron el suave rumbo de los acontecimientos en todas esas anécdotas y experiencias que componen mi antología.
Un vago y sus letras, el cínico caminar del desposeído, en las calles ví el crudo mundo interior y subterráneo. Qué sombrío paisaje; la codicia y avaricia del hombre, la fuerza ejercida por puro placer como un goce externo, el dolor y todo lo que destruye. También vi aquello que dicen es bello y sublime, el calor, las caricias, la simpatía y la armonía de la amistad.
Estaba juntando todo lo que sobrevivía a una noche de pérfida lluvia, levantando hojas muertas del suelo, en algunas veía algo legible, en otras el agua discurría la tinta y grandes mares de palabras se formaban en el azul pigmento. Había perdido la mitad de mi obra en cruel aguacero que abrió mis ventanas, letras para la providencia, susurré y emprendí el rumbo. Dejando mi inundado tugurio.
Ese fallido golpe, no será el último, lo presiento. Recuerdo que esa tarde anaranjada y horizontal me la pasé frustrado, mojado y sentado en la plaza uruguaya esperando ver a alguna cara conocida y cuando se hizo de noche y ya no veía nada más que las profundas tinieblas, fuí al bar de la calle 25 de Mayo.
Reí mucho con mis amigos cuando les conté la anecdota, nos reímos mucho más cuando vimos que el mismo guardia de la feria del libro estaba tomando con sus amigos en la barra.
«Es lo que nos hace gente» inferí con una mirada de profundidad y dolor que mis amigos interpretaron como el más radical manifesto de contemplación y seguimos siendo jovenes y felices en este sueño y en muchos otros.

Soldado Desnudo
Escribo en todas las superficies. Las palabras brotan sin significados, son el cúmulo olvidado y de ellas me alimento.
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