Que coraje tienen aquellos, que lanzan la primera piedra y juran estar libres de pecado.
Es fácil señalar, usando ese dedo que se llega a creer juez, olvidándonos de los otros tres que en silencio, apuntan y acusan al pecho propio.
Damos la espalda, y en ese giro indignado, repetimos lo que condenamos y hacemos lo que repudiamos, sin darnos cuenta.
Para creerse un libre juzgador, primero mirémonos en el espejo, y procuremos no hacer lo que se desprecia.
"Ver, oír y callar", principios simples de mi abuela, pero claves para la vida.
No hay mayor daga que la que se clava uno mismo cuando la consciencia no puede ser engañada y, mucho menos, silenciada por el propio individuo.
Esa voz interna, curiosamente, siempre nos grita la verdad.
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