Cuántas veces cerré la tapa de un libro
y quedé mirando la nada por instantes,
tratando de volver a la vida real,
de comprender esos finales agridulces.
Después de tantos altibajos, de tantas emociones,
¿cómo volver a la vida?
¿Cómo dejar atrás las congojas de esos personajes queridos,
sus incoherencias, sus pesares?
Reflexiono y siento un peso en el pecho;
en mi regazo descansan las páginas que me desbordaron de amor.
Y ahora estoy así:
aprendiendo a convivir con este desenlace.
Suspiro mientras leo las últimas líneas,
las ilustraciones, las palabras bonitas.
Puedo seguir,
puedo dejarlo en el estante,
porque hay muchas historias que me harán sentir cosas parecidas,
pero ninguna será —ni remotamente— igual.
Esta novela,
estas aventuras y desventuras,
quedan ahí,
cubriéndose de polvo,
guardando las risas y los besos
entre un millar de páginas
que todavía huelen a nosotros.
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