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Un pequeño viaje

Aug 23, 2024

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Un pequeño viaje
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Lo que voy a contarles es tan irreal y creíble como lo son, por decir algo, las religiones. No, me retracto, porque lo que tengo para decir tiene algo de real. ¿Realidad mezclada con magia? Dejaría de ser real. Bueno, en fin, simplemente voy a contarles algo de un enano y una pelea.

Estaba yo volviendo del psicólogo, pensativo y reflexivo, como se suele volver de esos lugares en donde alguien te hace dudar de tus creencias, tus pensamientos, tus perspectivas de las cosas, tu sentido de la vida, si vale la pena o no vivirla, y esas cuestiones existencialistas que, como tal, no tienen solución alguna, más que la aceptación. Viajaba en el último asiento del colectivo, que estaba lleno, obra de la hora pico. Hora en la que estudiantes y trabajadores vuelven a sus casas. A los primeros se los veía alegres, quizás por haber salido de la escuela, que funciona de la misma forma que una cárcel; con órdenes jerárquicos, cumplimiento de tareas y uniformes, con breves recreos y salidas al patio. Allí en donde se prepara para salir a la sociedad de la mejor manera posible a los próximos ciudadanos. Clasificados por edad, ordenados alfabéticamente y... que no se les ocurra incumplir las normas porque si no habrá algún castigo o sanción esperándolos. Por otro lado, a los segundos se los veía cansados. Me preguntaba por qué no estaban alegres si salían también de otra especie de cárcel: el trabajo. Pero por alguna razón no lo estaban, sino que sus caras expresaban una profunda tristeza oculta y bien disimulada.

Quizás estén cansados de la vida, -Pensé - quizás estén tan hartos de la monotonía y la automática vida cotidiana, que hasta renunciaron a resolver sus conflictos y simplemente aceptarlos. ¿Qué los motiva a seguir? ¿Cómo pueden seguir de pie en este colectivo, apretados, viajando cuál ganado va directo al matadero? Pero vuelven, volvieron y seguirán volviendo por siempre, en una eterna vuelta del trabajo.

De entre toda esta gente, que ya no quiere saber nada de nada, ni nada de nadie, escuchaba, cada vez más cerca, una voz que se clavaba como pequeñas puñaladas en mi corazón. La voz recitaba, sin ganas, el mismo verso una y otra vez: "¿Tiene una moneda que le sobre para ayudarme, por favor?". Mientras más era recitado, más se me estrujaba el alma. Y era peor al ver el rechazo de la gente y el mal trato que se le daba a este poeta uni-versal. Que después de un rato, cuando por fin logró atravesar todo el ganado y abrirse paso hacia el final del colectivo, pude verlo. Era un ser pequeño, no de edad, sino de estura. Tan pequeño como la cantidad de dinero que tenía en su gorra, aquella que la gente ignoraba y no le depositaba nada. Ni ánimos ni palabras le depositaban. Pude verlo, parecía un duende salido de un cuento o alguna película, que estaba allí con un objetivo más profundo que el de curar su profunda pobreza. También pude ver cómo una mujer, de unos 30 años aproximadamente, con pelo color negro brillante, negro como sus tatuajes decodificados en sus bellos brazos largos, le dijo, casi gritándole: "¿Qué querés?". Mientras se sacaba los auriculares que tenía colgados sobre su cabeza. Admito que esa tecnología es una gran manera de desconectarse del viaje, de distanciarse de esa masa de gente abrumada y loca, enajenada, y estar en un mundo mejor, del pensamiento acompañado con una melodía que nos genera algo. Con alguna canción que nos haga olvidar nuestros problemas y malestares, porque todos los tenemos alguna vez en la vida. Pero no por ello debemos tratar mal a alguien, y mucho menos a un enano místico, salido de alguna aldea perdida.

De un momento a otro, el enano pasó de ser aquel pequeño ser que pedía monedas, a un ser sabio, a un consejero de la vida. Parándose al lado de la puerta, apoyando la espalda contra la baranda, que solo alguien de sus proporciones era capaz de lograr tal hazaña sin provocarse dolores lumbares, se puso a escuchar la conversación de dos señoras. Y de la nada preguntó:

- ¿Por qué estás triste?

- Por cosas de la vida -Respondió una de ellas - Por cosas que pasan.

- ¿Qué puede ser tan malo para provocarte tristeza?

- Nada, problemas, a todos nos pasa.

- A ver, -Dijo haciéndose grande el diminuto ser - ¿Qué problemas tenés?

Él gritaba, como queriendo llamar la atención de los demás pasajeros, o quizás la mía, la cual ya la tenía desde antes, desde que con su voz cantaba aquel verso tan triste. Noté también que el joven sentado al lado mío escuchaba atentamente. La señora, de aproximadamente 50 años, de gordas proporciones y arrugas que le estiraban su cara hacia abajo, haciéndola parecer aún más triste, se reía nerviosa, se la notaba tensa y con verguenza al notar que la mayoría estaba prestando atención a aquella conversación. Y, tímidamente, dijo:

- Tengo que rendir un final y no sé nada.

- ¡Ahh! -Respondió él - No estudiaste. Si no estarías tranquila.

- No, no estudié. A veces es difícil concentrarse con tantas preocupaciones. Uno intenta, pero hay cosas que no manejás y simplemente no te queda la información.

- ¿Tenés hijos? -Interrogó la criatura?

- Sí -Afirmó ella - y me preocupo por ellos.

- Sos una mujer grande, y a tus hijos ya los criaste, ya son grandes también como para resolver sus cuestiones solos. No podés seguir estando atrás de ellos y solucionarles sus vidas, tenés que preocuparte por vos, centrarte en vos y en tus estudios. Tenés que soltarlos, dejarlos que se caigan. Es difícil, pero vas a ver que es lo mejor, tanto para vos como para ellos. A mí me hubiese encantado tener la oportunidad de estudiar -Escuchaba atentamente la señora - pero por cosas de la vida no pude, y acá estoy. Vos que podés, estudiá, no dejes de hacerlo. Pensá en tu futuro, y pensá también que tu futuro es el futuro de alguien más. Vos podés ayudar a otros con tu futuro. El futuro es bueno, vos lo pensás malo, vos sos la que cree que le va a ir mal, pero sos una persona inteligente.

Aquellas últimas palabras quedaron dando vueltas en mi cabeza. Sin decir palabra alguna, pero mirándolo fijo, aquella mujer se despidió de su amiga. Luego anunció que ya se bajaba y tocó timbre apresuradamente. "Hacele caso a un enano, a un boludo" fueron las últimas palabras que este mensajero le dedicó a la señora. También, en ese momento, aquel joven que antes, a mi lado, escuchaba y asentía a las palabras del diminuto ser, también procedió a bajarse, dejando el asiento de mi derecha libre.

Ya habiendo bajado varias personas, y en ese instante, como pudo, llegó a sentarse a mi lado. Supe que no había forma de escapar a sus palabras, que ahora vino directo a mí a hablarme, y no me quedaba más que escucharlo. No es que no quería escucharlo, ansiaba saber qué tenía para decirme ese sabio, pero más ansiedad me daba saber que ahora todos pondrían la atención en nosotros. Todas las miradas penetraban mi cabeza, abarrotándola, golpeándola con la fuerza propia de una mirada. Y los oídos estaban preparados como antenas para recibir el mensaje del enano. Así es que me dijo:

- Es verdad, es así todo lo que digo. Yo soy de acá, del barrio, a mí me pasaron las mil y una y acá sigo, ¿Me ves?

- Sí, sí -Dije nervioso.

- A mí me quisieron estafar muchas veces, ya te darás cuenta por qué -Hacía alusión a su estatura - pero yo nunca me quedé tirado, siempre me levanté. Está lleno de traidores, la gente es mala, todos se quieren aprovechar de los demás, pero acá sigo, ¿Me ves?

- Sí, sí -Volví a decir mientras asentía con la cabeza.

- Siempre hay que seguir adelante -Me aconsejaba - por más que te pase lo que te pase. Nunca hay que bajar los brazos, sino mirame a mí.

Dos paradas habían pasado desde que él se sentó a mi derecha. Por dos paradas hizo un gran esfuerzo para subirse al último asiento y dedicarme esas palabras. Dos paradas duró su mensaje. Y de la nada, me estrechó la mano y saltó, y casi cayéndose, logró tocar el timbre. Dos paradas solo para decirme eso a mí. Me dedicó solo dos, y lo entendí todo. Mientas bajaba me dijo sus últimas palabras, como si acostumbrara a despedirse así de las personas, con palabras que las dejan pensando. Él me dijo: "En serio, no miento", mientras me guiñaba un ojo.

Todavía puedo recordar fielmente esa imagen en mi memoria, ¿Qué quiso decirme con ese guiño? ¿Y con esas últimas palabras? Me fue inevitable pensar que todo fue dirigido a mí, incluso la conversación con la señora, su guiño me lo hizo saber. Casualmente antes, durante la sesión con mi psicólogo, hablamos del futuro, hablamos de estudiar, de independizarme de los demás. Y venía pensando en que puedo levantarme con la misma facilidad que me caí, e incluso mejor. Mi cabeza se desbordó en pensamientos y terminó por formarse un río de dudas, preguntas, afirmaciones, más preguntas, y de repente ¡Pum!, el río se encontró con una represa que cortó todo tipo de pensamiento. El colectivo frenó de golpe, y el chofer se bajó a separar una pelea que se estaba dando en la calle. Por unos instantes vi cómo un sujeto tomaba al otro por el cuello y le daba golpes a su cabeza contra el colectivo, cómo cayeron al suelo y continuó pegándole fuertemente. Entre tanto caos, otras personas logran separarlos y el golpeador se fue, con su cara roja de sangre. Pero lo que más me impactó no fue la sangre, sino la mirada que me lanzó. Esa mirada, tan fuerte y profunda, que rompió la represa que detenía el río, y desató la furia de preguntas sin respuestas.

¿Qué tan poco vale la vida? -Pensé - ¿Vale tan poco que estamos dispuestos a perderla en una pelea? ¿Por qué peleaban? ¿Tiene sentido resolver las cosas así? ¿Habrá robado algo? ¿Robó por necesidad? ¿Por qué las personas pasan necesidades? ¿Tengo que bajar acá? ¡Tengo que bajar acá!

Salté del asiento como aquel sabio, toqué el timbre a tiempo, y pude bajar en donde debía. Jamás olvidaré ese viaje -Pensaba - ¿Habrá sido algo mágico? ¿O simple casualidad? No importa, no hay tiempo para responder estas preguntas. Tengo que llegar rápido a mi casa, está oscureciendo y se vuelve peligroso. No, mejor voy caminando y trato de entender qué acaba de pasar.

Nahuel Restituto

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