Convivir con retazos de vidas enteras es el combustible de la auto-violencia para quienes existimos al máximo en todas nuestras versiones.
Quienes nacemos y morimos de manera repetitiva, cíclica, como una condición crónica de nuestra alma inconforme, nos jodemos cuando nos damos cuenta que ya no somos lo que éramos; que ya no vivimos la vida como la vivíamos.
Aparece un duelo siempre, aparece una nostalgia por la muerte de todo; la tuya, la mía, la de ellos, las casas, los abrazos, las risas, las comidas, el aire, incluso el futuro visto desde un presente que ya es pasado, y un pasado visto desde un futuro que no es el futuro que se esperaba.
Me pregunto todos los días cómo se hace para no vivir en constante agonía por enemistarme con el tiempo.
Y sé que es mi culpa por la falta de esfuerzo que le pongo a mí vínculo con él y la voluntad que no existe al reconocer que amigarme con el tiempo viene con requisitos, de los cuales el principal es dejar que el pasado se haga cargo de sus propias memorias. Que yo ya no tengo nada que ver con ellas. Que nunca tuve realmente algo que ver con ellas. Que son amigas lejanas con quienes comparto lazos irrompibles, pero que, sin embargo, aferrarme a ellas... me pone en conflicto con lo que soy hoy y con lo que puedo ser mañana.
Duele mucho... duele mucho alejarme de todo lo que alcancé a ser, por más que ya esté acostumbrada a eso, y que soy consciente de que es parte de ir hacia adelante como consecuencia de mantenerse siempre con esperanza y con fé de que el mundo tiene todavía cosas hermosas para ofrecerme. Es el pensamiento correcto, lo sé, no hay nada más valiente que levantarse de la cama sabiendo que nada allá afuera te conmueve (y mueve) lo suficiente como para sentirse entusiasmado de vivir.
El dolor del pasado y la fuerza de seguir adelante pese a eso, es un acuerdo que sólo se firma cuando se acepta que ambas cosas existen y que ciertamente no se puede hacer nada al respecto, solamente entender que así funciona. La fuerza viene siempre del dolor. Solo existe gracias a ella como si esta fuera el combustible que hace posible que, al pisar el pedal (cuando decidas pisarlo entendiendo que necesitás tener presente ese combustible), vayas hacia al frente y no te quedes simplemente pisando y pisando preguntándote por qué no arrancás. No vas a arrancar si sólo te enfocás en tus ganas de moverte pero a la vez tenés el tanque vacío porque te dijeron -y te dijiste- que tenés que superar, y olvidar, y para nada mirar hacia atrás, y mantener la vista hacia el frente, y seguir caminando, y no pares nunca, y ya está, ya pasó, y...
Y gracias a eso vos ahora le tenés miedo al combustible. Es más, lo odiás. Enemistad total. Ni siquiera estás seguro en qué punto te peleaste.
Pero ahí está el secreto.
Lo tengo. Al secreto. Tengo el manual, tengo las instrucciones, tengo fuertes pilares que me sostienen cuando todo empieza a temblar un poco más de lo usual. Tengo la chispa que enciende el fuego necesario para hacer estallar las cadenas que me vinculan con esos fragmentos de vidas que no me acompañaron en el tiempo por más que yo lo deseé con todo mí corazón. Tengo la desesperación suficiente para estrangular con ira la melancolía venenosa que se apodera de mis huesos. El conjunto de emociones que estallan dentro mío sin piedad parece ahogarme e impulsarme a la vez, pienso, y sin embargo no basta con pensarlo porque al final no puedo preveer cuándo será una mano en la garganta o cuándo será un fuego en mi alma hambrienta de ímpetu. Vehemencia. Efervescencia. La ciencia de mí insistencia.
¿Cuál es la vida que abrazo;
cuál es la que me aqueja;
cuál es la que me espera
y me espera
en impaciencia?
¿Cuál de ellas se desgarra
a gritos suplicantes,
ahogada en la transpiración de un pavor existencial que susurra palabras violentas usándolas como arma, como espejo, como espejo roto, como roturas afiladas, como filos temblorosos y temblores de la mano y manos que se contraen y contracciones que no quiero y yo te quería pero te fuiste
te perdí
te llamé
con caricias de pulgares
te lloré
entre quejidos
sola
derribada en el suelo
sola
con íntimo dolor
y el dolor te perpetuó en mi memoria
te convirtió en recuerdos que se adueñaron de mis ojos
y hoy sin quererlo lloro sin previo aviso
buscándote entre el silencio de mi carne
en el vacío de mis vísceras
que me dibuja en la mente
un trayecto impulsivo
hacia aquel que ya no está
¿Y cómo es posible arrastrarme siempre en las ausencias? ¿Dejamos en algún momento de profesar términos solamente para encontrarle la vuelta a un dolor que muy probablemente no disminuya?
Viernes, 31 de octubre. Tal vez, observar y pensar a profundidad ya no es solamente una cualidad que me caracteriza. La convivencia conmigo misma se torna violenta cuando hay tanta gente haciendo ruido dentro mío y yo sencillamente quiero estar sola. La duda se planta como una semilla, resuena como un(os) eco(s): ¿cómo estoy tan segura que la existencia que experimento hoy, no se trata de otra cosa más que ser el esqueleto que une todas esas versiones mías que quedaron latiendo atrapadas dentro mío? ¿desapareceré, si algún día no hacen más ruido?
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