Huir de nosotros mismos.
Hay realidades y ficciones para entender y entendernos.
Por ejemplo, si el clima frío se adueña de modo invivible del norte rico, los norteños tendrán -o tendremos- que ir emigrando hacia el sur. ¿Y entonces? ¿Nos quedamos en nuestro país para no molestar en país ajeno? (Eso se pide o se exige a quienes ahora llegan aquí huyendo de tanto).
Claro, es cuestión de a quien le toque el mal para sentirlo propio o para decir "¡Qué se joda!".
El voto a Trump, por ejemplo, es de quienes no se dan por aludidos.
Seguro que más de un judío votó a Hitler en principio.
Y a Ayuso más de dos de los 7291.
Quienes quieren imperios solo se detienen ante la derrota segura. Quienes se aficionan al genocidio nunca matan bastante para su gusto. Netanyahu tiene previsto ir al cielo.
¡Me cago en Dios si sucede eso!
Ahora, desde determinados sectores, se añora el tiempo de Franco y se hace ver al criminal dictador como un salvador de la patria, un hombre bueno, eficaz gobernante, justo y de amable talante. Muchos de sus jóvenes adoradores de hoy no saben nada de aquel que fue ni lo que en verdad supuso su ser para una inmensidad de españoles. Para la mayoría. Sencillamente fue un enorme desastre. Solo los afectos de alto nivel y cuatro caciques en cada lugar habitado, fueron beneficiados. Siempre a costa del resto, por supuesto.
Las mujeres no podían mover un dedo sin permiso del marido y si eran solteras, el tutelaje paterno. Pata quebrada y en casa. Y en misa a barrer el suelo.
Apetecer repetir tanta miserable mierda es de un enorme calibre de estupidez humana.
Pero ahí andamos, como si no hubiera interés en una historia de la que aprender. Como si no hubiera padres con sensatez que explicaran como fue. Como si no hubiera una prensa decente que no blanquee lo negro.
Será que no hay. Será que no hay.
Rabia, memoria y desencanto. Eso me inunda.
No se puede hablar de historia sin hablar de su repetición, de la ceguera voluntaria de quienes la manipulan o la ignoran. Y lo peor: de quienes la sufren sin saber que ya fue sufrida antes. Como si cada generación tuviera que aprender a base de golpes en lugar de escuchar las heridas pasadas.
Y me queda una sensación de vacío abrumador.
Cualquier posibilidad de alguna bonanza en el futuro me suena a utopía sumergida en una densa niebla, de modo que, al permanecer oculta, ni siquiera queda la frágil esperanza de caminar hacia ella.
No hay futuro si no nos reconocemos en el pasado, si no aprendemos de nuestros errores, si repetimos todo, todo, todo lo malo.
Y lo hacemos con empeño y agrado.
El final es antes de lo esperado.
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