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Un país... ¿Hipernatural?

Dani R

Jul 22, 2025

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Jueves, 1 am y bastante frío. Volvía caminando a casa después de un día largo de laburo. Siempre me gusta volver caminando, escuchando música, para descontracturar un poco el bocho. Normalmente escucho rock, pero en el trabajo alguien pasó silbando “Por una cabeza” y se me quedó pegada, así que —lógicamente— tuve que buscarla en YouTube Music y escucharla unas tres veces para sacármela del cuerpo y poder seguir con mi vida.

En algún momento mientras escuchaba, me percaté de lo viejo que suena el tango. Y sí, el tango —los clásicos al menos— son viejos. ¿Viejos son los tangos?

Hasta acá, no descubrí nada nuevo. Lo que sí descubrí es que me gusta más de lo que pensaba y que, a pesar de saberlo nuestro (por “nuestro” digo argentino), nunca había conectado realmente con sus letras y sus sonidos. Sí, treintañero descubre el tango.

Y aunque vivo en uno de los barrios menos porteños de Buenos Aires, algo se percibe de esa vieja vida de 100 años atrás. Aún si son falsas memorias de una vida que no viví, tengo imágenes de películas y de algún medio más como para imaginar lo que podría haber sido. (La cuenta de instagram @fotos.antiguas.ba es hermosa en este sentido, recomiendo seguirla)

Después de escuchar a Gardel como cinco veces, me copé y quise escuchar más tango. Como conozco poco y nada, hice mucha fuerza para acordarme algún nombre y puse “Yira yira”. En realidad quería escuchar una canción de una serie de un taxista que miraba mi abuela, pero apareció este y lo puse, y me dejé llevar por la melodía y los acordes.

Pensé en mí, pero pensé en mí como argentino. Pensé cuán de argentino suena esto. Y aunque probablemente esté intercambiando constantemente “argentino” por “porteño”, me puse a pensar en las cosas que están pasando en el país y en el mundo. En cómo hablamos de esta época donde todo da lo mismo, donde pasa de todo y no pasa nada. De cómo este momento específico pareciera que vale decir cualquier cosa y sin embargo tenés que cuidar siempre lo que decís, no te podés equivocar porque te regalás.

Esta época donde los grandes tecnócratas, con una mano, nos conectan; y con la otra, nos dan todas las herramientas para NO expresarnos. Porque con toda la conexión que tenemos, borramos mensajes, borramos audios a medio grabar, nos clavamos vistos, no decimos lo que queremos decir para no molestar al otro. Y bueno, donde vivimos la individualización brutal que se dice siempre, la epidemia de soledad y despersonalización. Para resumir, me entró todo este existencialismo, aparentemente de época, donde todo da igual.

Y como si fuera una peli, empezó a sonar “Cambalache”. Escuchando la letra pensaba que, si no fuera por lo vieja que suena, podría ser un tema actual. Y acá tengo que hacer una aclaración: estoy seguro de que esto se dijo hasta el hartazgo. Seguramente todo el mundo dice de “Cambalache” que podría haberse escrito ahora, igual que siempre se dice eso de los monólogos de Tato Bores y más cosas viejas que yo honestamente no conozco.Pero no por haberse repetido deja de ser cierto. Describe el mismo “todo da lo mismo”, pero hace 90 años.

Entonces puedo decir con total seguridad: ¡El problema no es nada nuevo! ¡No es una cuestión de época! Seguro que la pandemia profundizó todo este caldo, pero el fuego estaba prendido hace rato y el agua ya hervía. Quizás entre colonialismos y neocolonialismos, conflictos civiles y dictaduras, el agua nunca dejó de hervir.

Siento que puedo preguntarme… ¿Hubo un tiempo donde esta realidad actual no fue normal o simplemente era muy chico para darme cuenta? ¿Tuvimos una época donde las cosas no eran así? Leer las notas de revistas de chimentos y las tapas de los diarios de esas épocas me hace sentir que, efectivamente, tal pasado idílico nunca existió.

Seguí escuchando y sobre el final fue donde más me tocó la fibra:

“¡No pienses más,
sentate a un la’o,
que a nadie importa
si naciste honrao!”

Cuánta —pero CUÁNTA— gente que conozco que, cuando una conversación se torna seria, cambia el dial. No creo que este mal, creo que hay mucha gente que lo necesita. Pero a veces hay que hablar como se pueda porque “no pensar más” suele terminar en sentir más. O más bien en tapar la olla de los sentimientos hasta que vuele la tapa.

Ayer terminé la temporada de “El Oso” (The Bear, se vienen spoilers menores). En el anteúltimo capítulo, Carmy (el protagonista) tiene una charla con su madre después de mucho tiempo de evitarse. Digamos que tienen una historia muy complicada, marcada por la pésima comunicación que tuvo esa familia siempre.

Lo que me llamó la atención fue el realismo que tuvo la escena en ciertos aspectos. Son dos personas muy rotas en muchos sentidos por dentro, que están aprendiendo a decir las cosas que sienten y piensan de una manera sana. (Contrario a la orquesta de gritos e insultos caóticos y aturdidores que nos mostró la serie las temporadas pasadas)

Y lo fue, seguro lo fue, pero no por tener un gran discurso con palabras gigantes y articuladas poéticamente con una música que te indica que sentir. Solo decía “Me sentía sola”. “Me sentía triste”. “Estaba mal”. Alrededor de 7 frases cortitas donde expresa un sentimiento, una confesión si se quiere. Y escribió 25 veces “Lo siento mucho”.

Dejando de lado de que la actuación es perfecta, me impactó el peso de las palabras sencillas que uso. Probablemente es la confesión honesta de esas emociones los que le da tanto poder. No tuvo miedo de decir algo equivocado (o si lo tuvo no le importo). Ella sabía que tenía que ser honesta con lo que sentía y uso las palabras más directas para decirlo. Con eso alcanzaba. No era necesario auto censurarse, pensar en grandes palabras para sonar sabio, ni tantos otros crímenes que yo mismo cometí cometo para hablar desde adentro y honestamente, a ese ser genuino espero llegar algún día, cuando sea grande como para escuchar tango.

Volviendo al tango, pensé que era momento de escuchar algo más moderno (no mucho más moderno… se consideraría viejo por cualquier estándar). La mezcla de algo moderno con algo viejo y rioplatense me hizo pensar en “Hipercandombe”, de La Máquina de Hacer Pájaros.

Toda la letra es buena. Pensaba que yo sí “cubría mi cara y mi pelo”, porque de verdad tenía frío. Hoy, gracias a Dios, no vivimos esa época oscura que quizás nos llevó un poco al silencio como sociedad, pero este tema es mucho más profundo como para hablarlo con tanta liviandad.

Si todo vale en un país natural y existe un país hipernatural donde hay libertad o sensatez, estoy completamente seguro de que Argentina tiene un lugar en ambos.

“Cuando la lluvia de gas y alquitrán
cubra tu cuerpo podrido,
toda tu caretez, mi amigo, no tendrá ya sentido.
Y si te asusta este canto final
o no le encontrás sentido,
podés cambiar el dial
y escuchar algo más divertido.
Déjenme en paz
no quiero más
no hay esperanzas en la ciudad
mi amada está lejos de acá
en un país hipernatural.”

Y pensaba en esa última parte de Hipercandombe... esa idea de que siempre podemos “cambiar el dial y escuchar algo más divertido”. Me quedó dando vueltas. Capaz sea eso lo que más nos define: que aunque todo se prenda fuego, todavía hay un dial que se puede girar. Y que aunque no sepamos bien qué decir (o cómo), siempre queda el intento de sentir algo, de decir algo. Si esta bien o mal queda en cada uno. No tengo respuestas ni soluciones. Pero si esto ayuda a alguien —aunque sea por un rato— a pensar distinto, a escuchar algo que no había escuchado, ya me alcanza.

Yo lo escribí y lo publiqué así, con errores, imperfecto, pero imposible de callar. Quizás nuestro país también sea así, natural e hipernatural. Con errores, imposible de callar.

Dani R

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