Este es el primer día que Diana despierta sola. Su adorado pastor alemán llamado Káiser murió ayer, el pobre bastardo tenía artritis y el veterinario tuvo que se sacrificarlo; claramente eso era lo más humano (por muy ridículo que eso pudiese sonar). Solo bastaron unos cuantos minutos para mandar a Káiser al otro mundo. Daniela observó con enorme dolor cuando el veterinario le inyecto una substancia azul al afligido canino. Los últimos pensamientos de Káiser fueron: mi vida fue un infierno, acepto la muerte gustoso.
Diana lloro amargamente sobre el cadáver de 6:45 de la tarde a 7:36; que fue cuando el veterinario le pidió “amablemente” que se retirara. Los servicios funerarios no serán especialmente baratos, pero eso a Diana no le importa. Esta mañana no habrá pisoteos frenéticos sobre el piso de madera para anunciar la inminente necesidad de defecar en el jardín. Tampoco ladridos desgarradores anunciando la llegada de algún extraño con aroma peculiar a la entrada de la casa.
El mundo de Diana se ha vuelto frio, silencioso. Por otro lado, los vecinos están encantados con ese nuevo mundo. Con una tranquilidad casi ceremonial Daniela dobla los suéteres de Káiser, de todas formas y colores, para cualquier ocasión y estación del año. Káiser era un perro regordete y casi toda se vestimenta era confeccionada a la medida por un sastre con muy poco sentido común y muchos problemas financieros. No fueron pocas las ocasiones en que Káiser caía en una profunda depresión al mirarse al espejo con esos horribles atuendos.
Alguien está llamado a la puerta. Es Andrea, una vieja amiga.
-Cuanto lo siento Diana ¿Estas bien?
-No.
Andrea se siente aliviada, hoy es un día de primeras veces, es agradable visitar a Diana y no ser amedrentada por los profundos ladridos del difunto Káiser. Después de dos horas de abatimiento espiritual y conversaciones sin sentido, Andrea por fin logra convencer a Diana de salir por un poco de aire fresco.
-¿Por qué traes esa correa?
-Perdón, no sé cuándo la tomé, supongo que es la costumbre. A él le gustaban tanto estos paseos (lagrimas)
Los paseos por el parque eran una de las cosas que Káiser más detestaba ¿El motivo? Los demás perros se burlaban de él, incluso las razas más pequeñas no podían evitar convulsionarse de risa al verlo. Con enorme vergüenza tenía que disimular su desagrado al ser besado una y otra vez en el hocico por Diana y su lápiz labial color magenta Nº 12.
Káiser solo era feliz durante las noches, su fantasía recurrente era que los pasillos de la casa se convertían en collados de pinos negros y nieve inmisericorde. Sus patas desnudas podían sentir ese frio agobiante, y aquello lo hacía sentir vivo. Se mantenía inmóvil, adoptaba la geometría agresiva de un depredador y esperaba el momento indicado para atacar una manada de búfalos (la sala). Un momento de reflexión, un aliento, colmillos y después un estruendo. La manada corría sin dirección y Káiser iba tras ella (el pasillo a la cocina).
Él no buscaba a las crías o los ancianos, siempre iba a la presa del macho alfa (el sofá). Ambos se enfrascan en tan violenta batalla que la misma tierra temblaba. Con cada golpe que acertaba el inmenso búfalo, el cuerpo de Káiser volaba por los aires y su hocico era poseído por el escandaloso sabor de la sangre. Aquello no lo amedrentaba, al contrario, se levantaba y atacaba con mayor furia.
Al final de toda aquella destrucción, una mordida certera a la yugular del búfalo y la paz de la noche volvía a reinar. Káiser reclamaba orgulloso su presa, y con un impetuoso aullido llamaba a sus hermanos los lobos (figuras de porcelana). Que bellos sueños eran aquellos, que maravillosa era la noche y su vigilia.
-Ya tranquilízate, nos está viendo la gente. Estoy segura de que Káiser tuvo una vida bastante feliz, y aquello debería consolarte.
-Tienes razón, era un perro feliz. Es solo que me parece insoportable pensar que ya no estará todas mañanas al pie de mi cama para despertarme. Y nuestras conversaciones, extrañare el sonido de su voz.
-¿Su voz?
-Tenía una voz maravillosa y sus comentarios siempre eran los más acertados. Podíamos hablar toda la tarde, sin tapujos ni hipocresías, como lo hacen los verdaderos amigos. Los seres humanos son mezquinos y mentirosos, si por mí fuera en el mundo solo debería de haber perros ¿No sé si me entiendas?
La realidad era que aquellas “agradables” conversaciones solo le daban pesadillas a Káiser, y en algunas ocasiones su ansiedad eran tan grande que se pasaba la noche entera ladrándole a la luna. En algún momento de su larga vida deseo con todo su corazón que Diana desapareciera de la faz de la tierra, y con esto no me refiero que deseara su muerte, simplemente quería que de un momento a otro fuese transportada a algún lugar remoto del universo y jamás volver a verla.
-Diana no es una mala persona, pero, si tanto detesta su especie, supongo que merece estar sola. Como ese niño francés que vivía solo en un planeta pequeñito. Lamentablemente mi ama ha perdido su humanidad, y dudo que algún día pueda recuperarla.
El retorno a casa fue especialmente silencioso, ya que Andrea estaba molesta por las incoherentes palabras de Diana. Y justo en ese momento se cuestionaba sus años de amistad con ella, desde que tenía memoria sus conversaciones siempre surgía Káiser, u algo referente a los perros. Ya sea que conversasen de algún pretendiente bien parecido o de las últimas elecciones presidenciales, de algún modo siempre terminaban hablando de perros.
Andrea no quiso pasar a tomar una taza de té, se despidió sin dar mayores explicaciones. La calle solitaria albergo los pensamientos de Andrea de forma discreta, solo uno de ellos tuvo la fuerza para romper el silencio: Creo que necesito nuevas amistades. Por otro lado, Daniela se dirigió inmediatamente hacia su habitación y se metió debajo de las sábanas. Antes de quedar profundamente dormida abrazo una almohada e imagino que era el cuerpo regordete de káiser. Pudo sentir claramente su respiración, su pelaje y su lengua lamiendo su rostro.
Un par de semanas después Andrea recibió un llamado mientras estaba en su trabajo, ella tenía un terrible dolor de cabeza debido a que había estado metiendo números en su ordenador desde la 7 de la mañana. La voz chillona de un adolescente retumbo en su oído izquierdo, una fuerte punzada en su cerebro le obligó a cerrar los ojos por un instante.
-¿Señora Fernández?
-Sí, habla ella. -Le llamo de servicios funerarios “Arias”, es con respecto a las cenizas de Káiser Villaurrutia. Le comunico que, si no recoge la urna antes de las 3 de la tarde del día de hoy, nos veremos en la penosa necesidad de cobrar un derecho de alma……
-Aguarde un momento ¿Las cenizas de quién?
-De Káiser Villaurrutia, la señora Diana Villaurrutia Morales la colocó a usted como referencia. En las últimas semanas hemos tratado de comunicarnos con ella, pero no ha contestado nuestros llamados, y el tiempo límite para recoger las cenizas se ha cumplido, le repito, si no recoge la urna antes de las tres de la tarde nos veremos en la penosa necesidad de cobrar un derecho de almacén.
Andrea lejos de sentirse preocupada al oír estas palabras, se molestó de manera considerable, y como consecuente su dolor de cabeza aumento de intensidad. Esa idiota de seguro sigue metida en la cama: pensó.
A regañadientes se dirigió a la insulsa funeraria para recoger las cenizas. Afortunadamente Daniela había cubierto todos los gastos y Andrea solo se limitó a firmar un par de papeles.
-¿En serio hacen esto para vivir?
-Si señorita, y déjeme decirle que es un excelente negocio. Por cierto, le daré una tarjeta ya que próximamente también ofreceremos el servicio de taxidermia.
Como narrador soy incapaz de explicar lo que Andrea está sintiendo en este momento, no todos los días se lleva una urna de mármol con detalles art deco llena de las cenizas de un pastor alemán regordete en el asiento trasero del auto.
A pesar de presionar el timbre frenéticamente, nadie abría la puerta. Aunque no quería hacerlo, Andrea comenzó a formularse ciertas conjeturas dentro de su cabeza. Se le helaba la sangre al pensar que quizá encontraría en la casa el cadáver hediondo de lo que alguna vez fue su amiga Diana, o en un estado catatónico por no ingerir alimentos ni agua por semanas.
O simplemente el teléfono estaba desconectado adrede, y la encontraría sentada viendo el televisor; deseo con todo su corazón que fuese eso.
Esa idiota, esa idiota: no dejaba de pensar.
Con cautela saco una llave de emergencia que estaba escondida en una pequeña maceta a la entrada. La casa estaba vacía, prevalecía un familiar aroma perro mojado y heces, pero nada más. Las alacenas de la cocina estaban intactas, la comida de perro enlatada estaba perfectamente ordenada por tamaño y sabor. La nevera no había sido tocada, algunos alimentos ya estaban caducados.
Un impertinente escalofrió recorrió la espalda de Andrea, solo podía pensar lo peor. No había nadie en la regadera, tampoco en la habitación de huéspedes, no estaba viendo el televisor. Con una mano por demás temblorosa abrió la puerta de la habitación principal.
Pareciese que la cama de Daniela hubiese sido pisoteada por una manada de búfalos. La base de madera estaba hecha astillas, las sábanas desgarradas y torcidas; pero Diana no estaba ahí. Andrea se dejó caer sobre la pared de una manera violenta, las cenizas de Káiser se regaron por el piso blanco de mármol. No tardó mucho en perder el conocimiento.
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