mobile isologo
buscar...

Un hombre solo no hace ruido

Mar 17, 2025

76
Un hombre solo no hace ruido
Empieza a escribir gratis en quaderno

Me llamo Eduardo y no tengo la más puta idea de qué día es hoy. No es que me importe mucho, pero lo digo porque anoche me quedé dormido en el sillón y desperté con la tele prendida, repitiendo un programa de los años noventa. Se ve que algún canal de cable barato encontró su nicho en los madrugadores involuntarios como yo.

A los 65 años, con una cadera que me hace un ruido espantoso cada vez que me levanto y con un aliento que podría corroer el esmalte de los azulejos, podría decirse que no estoy en mi mejor momento. Pero eso sería un eufemismo. Estoy hecho mierda.

El departamento, si es que todavía se le puede llamar así, es un hervidero de olor a cigarro, vino barato y la caja sanitaria de mi gata. La gata, que creo que se llama Frida (aunque hace años que no le digo por su nombre), me sigue con la mirada como si esperara algo de mí. No sé si comida, limpieza o afecto. La verdad es que no tengo para darle ninguna de las tres cosas.

Es un departamentito mal construido en el fondo del terreno de la casa de mis viejos. Un cuadrado húmedo, con las paredes llenas de telarañas y un techo que amenaza con venirse abajo. No hay nada derecho: todo está atado con alambre, sostenido por la pura inercia del descuido. El colchón es un campo de batalla vencido, con olor rancio a meada y a noches en pedo. La ropa amontonada en una silla despide un hedor ácido, a humedad y abandono. No recuerdo la última vez que lavé algo, ni la última vez que me importó.

La relación con mis hijos es un poema, pero de esos que terminan para el orto. María me odia con la intensidad de una fogata en un bidón de nafta. No me llama, no me visita, y si lo hace es para insultarme. Dice que le arruiné la infancia. ¿Yo? ¿Yo le arruiné la infancia? Yo le di casa, comida y un padre borracho, que es más de lo que muchos pueden decir.

Emanuel, en cambio, prefiere ignorarme. Se mandó a mudar ni bien pudo y se llenó de títulos, corbatas y reuniones importantes. A veces creo que le da vergüenza que la gente sepa que su viejo es un viejo borracho que ya no puede ni atarse los cordones sin caerse de jeta. Y tiene razón.

Liliana, mi ex, sigue siendo la única que intenta mantener las cosas en pie, pero a esta altura ya no sé si por cariño o por miedo a que me muera y le deje la culpa a los chicos. Ella me manda mensajes cada tanto, me pregunta si comí, si necesito algo. Yo le contesto con monosílabos y después me sirvo otro vaso. Me pregunto qué habrá visto en mí cuando nos conocimos. Supongo que alguna vez fui otra persona, aunque no me acuerdo de cuándo fue eso.

A veces me da por reflexionar. No mucho, porque pensar mucho me da dolor de cabeza, pero lo suficiente como para preguntarme cómo llegué hasta acá. Supongo que es como cuando llenás una pileta con una gota por vez: el agua se acumula y un día, sin darte cuenta, ya estás nadando en tu propia miseria. Y yo no sé nadar.

Las horas pasan lentas, los días son un calco del anterior y la única emoción real que me queda es ese instante en que el alcohol empieza a hacer efecto. Es como una cachetada en cámara lenta: primero te calienta la garganta, después te embota la cabeza, y al final, por un ratito, todo parece un poco menos gris. No mucho, pero un poco.

Dicen que la familia es lo más importante, pero a veces me pregunto si eso es verdad o es solo un verso que inventaron para que la gente tolere a parientes que no soporta. Yo no sé qué sería peor: si María y Emanuel aparecieran de golpe en la puerta a gritarme, o si nunca más volvieran a buscarme. Lo peor es que no sé cuál opción preferiría.

Frida maúlla. Tiene hambre o quiere que limpie la caja. La miro y ella me mira de vuelta. Nos entendemos. Los dos sabemos que no va a pasar ninguna de las dos cosas.

Me sirvo otro vaso.

Giovanni Battista Manassero

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión