siempre que Tato nos visita
entra a la casa desde el patio,
con su maullido fuerte y profundo
único
que hace años que no escucho.
soñé que en realidad lo habíamos enterrado vivo
nos apurábamos a sacarlo y él,
medio zombie,
con huesos y músculos a la vista,
se sumaba de nuevo a nuestra familia
y conocía a sus nuevos hermanos,
uno más insoportable que el anterior.
después soñé que venía a pasear por el comedor,
preguntándose dónde estará la manta naranja que tanto le gustaba
aunque yo sé que ya sabía la respuesta.
ayer soñé que nunca lo perdimos
y que se llevaba bien con los otros dos
y hacían una linda gama de colores
cremita, gris, negro
los tres hechos un bollito
en el mismo sillón.
ese me lo sacudí rápido
porque a él no le gustaban otros gatos
y el negro es miedoso
y el gris un histérico
y se hubieran dividido el territorio de las piezas
en base a meadas y pérdida de pelos.
pero en los sueños y en esos segundos después de despertarme no me persigue la lógica
y por un ratito acaricio la idea de volver a escuchar su maullido elocuente
o su ronroneo tantas veces confundido con un calefón.
al final la vida es pérdida
pero
siempre recuerdo sus bigotes enrulados en invierno
y las tardes de llanto adolescente mitigadas por su peso en mis piernas
y creo que capaz hizo de la tierra, el pasto y los aloes
su nueva cama
de la que se levanta poco porque ya está viejo
y cuando lo hace se asegura de venir a dormir con nosotras
aunque ahora pase mucho tiempo afuera.
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