Hay un fantasma en mi armario.
Durante las noches, cuando el alcohol rebasa mis límites y nubla mi vista, suele asomarse y pasear en cámara lenta frente a la cama.
No dice mucho, me mira y a veces se ríe.
El fantasma de mi armario se llama como yo, es quizá más delgado y le faltan algunos centímetros para ser de mi tamaño, usa mi ropa vieja y me mira de reojo. Me ofrece un poco de té y me pregunta la hora.
Yo no le respondo con frecuencia, quizá por eso no responde cuando le pregunto quien es.
No es necesario que lo haga, en el fondo, conozco su nombre, la hora en que nació y lo poco que le agrado.
Uriel se llama y murió hace algunos años. No me da las razones, pero suele visitarme para reírse de mí.
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