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Un extraño viaje.

Dolbach

May 21, 2025

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Un extraño viaje.
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Cartas al niño que fui.

Carta primera.

Desde un tiempo lejano a ti, un tiempo que sé que nunca te atreviste a imaginar, te quiero contar. No sé muy bien qué, pero me apetece hablarte, pues eres lo mejor que, como yo, como el ser que soy, he tenido y tengo.

Te recuerdo ingenuo, inocente, preocupado, débil, rebelde, sensible. A ratos, feliz. Te recuerdo también un soñador que huye de la realidad que rodea su vida: frío, hostilidad, obligación, trabajo, incomodidad, carencias.

Perdóname por decirte lo que conoces de sobra, pero es que también comprendo que tú no eres consciente de lo que implica todo eso. Para ti, esa vida es la vida y no hay cuestionamiento, tan solo la frugal escapada de los sueños.

Tu imaginación es prodigiosa, pero nadie se ocupó jamás de valorarla, de tomarla en serio. Una pena. Sé que hubieras llegado lejos si te hubieran dado las alas que necesitaba tu vuelo. Ni tú ni yo, por nuestra cuenta, hemos sabido elevarnos del suelo.

No sé qué hubiera sido de haber sido diferente, pero sé que para ti el mundo habría sido más complaciente; al menos con respecto a tu propio hacer en la vida. Poder dar suelta a todo eso que siempre llevas dentro. Hacerlo a sabiendas de que no es una tontería tuya, una inutilidad, una de esas cosas de niño que no sabe crecer y ser serio.

Estudia o trabaja, te guste o no. La escuela, un tormento de autoritarismo violento. Y luego ese sino, ese destino impepinable del trabajo; tan terrible se te antoja, por lo que conoces que es, tan arisco, duro, cansado, doloroso, según lo vivido en casa, que ser un hombre hecho y derecho no te puede hacer ninguna gracia.

¿Qué de bueno va a haber en eso?

Te comprendo tanto.

La espiral sinuosa que casi cada noche imaginas, envuelto en esa especie de miedo, debe querer decir algo. La genera, creo que lo sabes, esa idea que te inculcan desde el púlpito y en las catequesis: "y su reino no tendrá fin"... Se te hace demasiado largo eso de no acabar nunca. Por muy idílico que sea, es, así lo entiendes, un castigo, lo eterno.

En tu entonces no sabes de Sísifo, pero lo intuyes.

Te añoro, pero también me da pena saberte sufriendo. No hay día que no tenga su tropiezo. Madre, padre, maestro, hermanos, compañeros... Son, cuando unos no, otros sí, unos malos vientos.

Voy a llorar, un momento.

Vicen.

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Carta segunda.

En tus alpargatas rotas está la imagen completa del niño que yo recuerdo. Quizás no seas ese, y es seguro que hay mucho más que esa metáfora que busco para explicarte mi entenderte.

Las alpargatas gastadas en sus suelas, roídas y rotas en su tela. Sucias, sudadas, esperando la dispensa, son como un envoltorio que cubre quizás una pobre pero delicada y especial materia. Tus pies no son bonitos. Los dedos se retraen como garras temerosas para poder caber en su crecer dentro del angosto hueco. Siguen ahora así, acobardados, encogidos.

Pero juegas bien al fútbol. Juegas bien porque te sientes bien haciendo eso de escapar del mundo hostil para entrar en ese otro que permite, con ciertas reglas (…el que la tira va a por ella), la libertad de decidir. Regatear o pasarla a un compañero.

Ese del fútbol es uno de los escasos resquicios de dicha completa. Y jugar solo, lejos del resto.

Te veo sentado en la ventana del pajar, ahora ese lugar es mi casa, al sol de invierno. Un rato antes de volver a la escuela para esas tres o cuatro horas de la tarde. Como si la mañana no hubiera sido tortura bastante.

Esos minutos, con el saco de paja para la mula que recién llenas y que sirve de apoyo a tu espalda, son un delicioso cielo triste, triste porque sabes que no duran nada. Si ahí estás bien, ¿por qué hay que ir a donde se está tan mal?

Eres buen estudiante, además no eres uno de los muchachos a los que peor trata el dictador de la vara; pero a ti no solo te duele lo que a ti te toca: toda injusticia te daña.

Esa misma injusticia que yo no he olvidado nunca porque la cometiste tú. Porque es mía desde aquel día.

Dejaste que otro pagara por tu falta.

Fue así de forma natural y lógica, lo sé; sucedió por ese miedo que te invade, como a todos, al entrar al portalillo y luego al gruñiente suelo de madera. Miedo con solo pensar en las horas de escuela.

Aquello no fue nada, en realidad.

La tapa del boli con el que andas jugueteando, uno de esos Bic Cristal, azul, sale disparada hacia la pizarra en la que el maestro escribe los deberes de la jornada. Con habilidad y celeridad pones en su lugar otra que tienes guardada. Don Mariano busca al culpable de la afrenta. Nadie dice nada. Nadie se ha percatado de que has sido tú. Uno del curso no tiene capucha en su boli y ese paga por el delito. Es inocente, pero tú también lo eres, aunque yo siempre me he sentido culpable.

Recordar esa escena, como aquella en la que el maestro de nada le dice a su propio hijo, tras algo que ha hecho mal: "Sal a mear, que ya sabes lo que te pasa cuando te pego...", me ha dolido siempre.

Sí, me duele verte haciendo algo que no quieres hacer, pero que no puedes evitar hacer. Y eso ha sucedido demasiadas veces.

Demasiadas veces.

Vicen.

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Y

Carta tercera.

Tú y yo somos, como cualquiera, sobre todo, por la circunstancia. El contexto, lo que nos rodea. Yo, además, soy por lo que tú vas siendo. Sin culpa ni mérito. Las cosas son o no son por muchas razones. La genética, primero, y luego, lo que uno va haciendo imbuido de su inteligencia, entorno, suerte... El talante, la personalidad, se adquiere, se moldea, se transforma, influenciado por las vivencias. Al fin, de uno depende muy poca cosa. La suerte de estar en uno y otro lugar, encontrar a una u otra gente... Por mucho empeño que ponga el pobre, lo más habitual es que nunca llegue a ser rico.

Perdona, no quiero asustarte, no quiero deprimirte, no quiero que pierdas toda esperanza, como si crecer, hacerse mayor, fuera cruzar las puertas del infierno; tan solo es ponerte al tanto de lo que se te viene.

Es ahora, en tu niñez, el mejor tiempo de tu vida. Sé que no lo crees porque te duele mucho, mucho de lo que te rodea.

Para estar mejor, has de aprender a salir del círculo de lo que de ti se supone que se espera. Busca tu lugar refugio, ese rincón que ya conoces en el que te sientes confiado y seguro. La soledad. No pretendas —sé lo que he hecho— agradar al mundo entero, tener muchas amigas, muchos amigos, ser complaciente, divertir al público que ni paga ni valora... Haz para ti, siempre desde el respeto, pero para ti primero. Tú eres lo más importante que habrá siempre en tu vida. Yo lo olvidé y salí perdiendo.

Lamento estas letras, este poner luz al futuro que parece negro. No es que todo haya sido malo ni todo haya sido un terrible cuento, es solo que no quisiera...

En fin, escribo al niño que fui. Y ese niño quedó ahí. Y es mejor que no lea esto.

Gracias por ser el que eres. Me caes muy bien. Mejor que el tipo que he sido luego.

Te echo de menos.

Vicen.

Dolbach

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