Un día me morí
y tenía flores en la boca,
sentía en ellas el sabor del polen.
Un día me morí y nadie adornó
mi altar,
nadie encendió las velas
ni pronunció mi nombre casi como una plegaria,
con el rosario acariciando sus labios.
Un día me morí y
ya no tuve cuerpo,
no tuve memoria
ni de mi memoria tuvieron.
Un día me morí y tenía flores en la boca,
llenas de abejorros, y fui miel y fui musgo,
y fui todas las cosas, ocupé todas las esporas
del aire pesado que se respira en el cementerio.
Fui el mármol de las tumbas y las flores secas,
ya marchitas en mi boca, los abejorros muertos,
y, a la vez, no era nada.
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