Sus rosas favoritas eran las que tenía en el patio de su casa. Amaba mirarlas, regarlas y hablarles porque sentía que con ello las hacía sentir mejor, que las hacía crecer más bellas y fuertes.
Disfrutaba sentarse cerca de ellas; en aquella parte con sillones cómodos donde daba el solcito gran parte del día, donde incluso en invierno la abrigaban con el calor de los rayos del mismo. Ese día era diferente, sus ideas habían tomado quizás más presencia en su mente que antes. ¿Lo había dejado de pensar? Eso le dijo a su terapeuta con quién tenía todos los viernes una sesión, las cuales antes eran más largas y frecuentes.
Empezó a caminar por el patio de su casa, le quedaban sólo ocho capítulos de una novela que había comprado volviendo de terapia y de la cual leyó la sinopsis vagamente. No le interesaba tanto el contenido, solamente no quería sentirse totalmente sola con sus pensamientos.
Tenía una copa de vino en la otra mano, una botella de vino bajo uno de sus brazos sosteniéndola fuertemente para que no se le resbale.
Su vestido se enganchó levemente con una rama de una de sus plantas, pero no le prestó la debida atención para darse cuenta de que su último vestido estaba dañado por las espinas.
Finamente se sentó en el sillón, dejó escapar un suspiro porque estaba cansada a pesar de que apenas empezaba el día. Descorchó su vino favorito con algo de fuerza, la única que quizás tenía.
Agarró la copa, se sirvió una gran parte de su contenido, subió los pies al sillón y quedó recostada con su cabeza más arriba por unos almohadones que la sostenían.
¿Estaba cómoda? Sí, pero no era suficiente la comodidad que tenía en su vida en general para no decidir lo que tenía en mente.
Agarró la copa, empezó a beber un poco mientras miraba las hojas del árbol que tenía sobre ella mecerse lentamente por el viento. Su piel estaba erizada, de hecho tenía algo de frío pero no era opción ponerse otra cosa, ese era el vestido.
Una pequeña lágrima bajó por su mejilla derecha y sus ojos se cerraron con poca fuerza. Recordaba el tacto de su madre cuando la acariciaba para tranquilizarla siendo niña o el de su amada cuando se vieron por última vez.
Un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo al recordar eso; la última vez que había visto a quien hoy recordaba más que nunca. No era su culpa, de hecho ni siquiera tenía idea seguramente de que su muerte iba a hacer que tomara esa tan, quizás apresurada, decisión.
Agarró el relicario que tenía en el cuello, lo abrió y encontró una imagen de aquella joven risueña y bella. No tenía idea que su corta existencia significaría tanto en su vida y menos sabiendo que su corazón nunca había sido atravesado por el amor a un hombre, no era posible que quién tocara sus fibras más sensibles fuera una mujer como ella.
Abrazó el pequeño objeto de metal contra su pecho y se largó a llorar. Después de meses se permitió sentir lo que tanto tiempo había reprimido, pero tenía miedo aún de algo que no pasaría.
Miró a su gato que se acercaba lentamente y se recostaba sobre sus piernas, era el único que se acercaba a ella físicamente porque al resto los había alejado con la esperanza de que "doliera menos".
Finamente volvió a tomar la copa de vino que antes había dejado en una mesa frente a sus sillones, bebió un poco más y agarró su libro.
Empezó a leer y su corazón dió un gran brinco en su pecho cuando leyó finalmente que sus protagonistas habían terminado juntos como ella esperaba que sucediera en su vida. Pero no es así y compararse sería estúpido; ella no era un hombre fuerte, alto y agradable. Lo único que compartían era la sencillez incluso siendo millonarios, la naturalidad con la que tomaban las decisiones del destino pero él no se rendía tan fácil ante una adversidad, no como ella.
Cerró el libro, lo dejó nuevamente en la mesa y se acurrucó dandole la espalda. Miró sus manos y se abrazó a sí misma, intentando darse un poco de ánimo. Miró al costado, todo lo que ella quería era poder ser parte de la brisa que movía las hojas de ese árbol, pero no podía hacerlo físicamente presente.
Se levantó después de algunos minutos y entró a la cocina de aquella vieja pero muy perfectamente decorada casona. Se la habían heredado sus abuelos antes de morir y cada vez que entraba con su auto por el camino de piedras pensaba en que tenía mucha suerte de poder tener eso a su nombre, aunque nunca se sintió como su hogar. Se supone que su idea de hogar era poder sentarse en el patio mirando a sus hijos correr y saltar mientras los llama para comer un helado de sandía que había preparado, pero había muchas cosas que la imposibilitaban de poder lograr ello. Ella era una desviada, odiaba utilizar la otra palabra porque eso era reconocerlo como verdadero.
Agarró la comida que había preparado para ese día; un salmón a la plancha con unas papas noisette previamente salteadas. Estaba tibio aún pero se dirigió a donde estaba sentada mucho antes, no sin antes agarrar la nota que había escrito y el arma que ya había cargado. Porque sí, ella planeaba ser parte del viento esa misma tarde a pesar de que algo en ella aún se aferraba a creer que podría ser detenida de aquel aterrador destino. Caminó lentamente hasta su sillón, apoyó la comida en la mesa y se sentó de frente a la comida. Su gato se sentó a su lado esperando conseguir su atención y un poco de salmón. Por supuesto que le dió, de hecho un pedazo bastante generoso y le hizo cosquillas en una de sus orejas mientras comía.
Luego de un rato, terminó esa acción y miró el delicado reloj que tenía en su muñeca izquierda; se sorprendió con la hora, eran apenas las 14:18 cuando decidió levantarse a lavar sus utensilios.
Miró a su alrededor, un último vistazo a ese espacio con el que había cocinado y bailado varias noches con su amada, donde habían dejado que sus deseos carnales también fueran partícipes de esos recuerdos. Donde habían profesado amor eterno y también donde habían dicho mutuamente que se odiaban porque así era el amor muchas veces. Irracional, ilógico, aterrador pero por sobre todas las cosas dulce, profundo, eterno y reparador.
Apoyó sus manos sobre la bacha de su cocina, bajó su cabeza y simplemente volvió a llorar.
Su cabeza seguía culpandola de aquella noche donde su amada había salido enojada, con su viejo Porsche 911. Esa noche donde su mundo se había hecho pedazos y nada volvería a ser como antes, donde lo único que debía hacer era correr tras ella al menos para sentir su tacto una vez más estando consciente. La última vez que había podido abrazarla completamente fue cuando le dieron la noticia de que estaba en coma después de un choque que dejó el auto hecho pedazos.
Abrazó a su amada, apoyada contra la camilla de ese hospital y lo último que pudo decirle eran unas disculpas sinceras por no haber corrido tras ella y un te amo que dijo desde lo más profundo de su corazón. Besó sus manos, acaricio su cabello chocolate y le permitió descansar si es que eso necesitaba.
Helena falleció esa noche, rodeada de sus amigos y familia pero sin Dolores presente en aquel hospital, porque no importaba cuán sincero fuera su amor; ellos simplemente no lo entenderían y sólo la pudo ver con la excusa de que debía despedirse de su gran amiga.
Pasó meses llorando, preguntándose cómo podría ser ahora su vida si tan sólo la alcanzaba. Si prendía su auto y corría tras ella quizás sus maniobras temerarias la hacían detenerse a gritarle que estaba loca y con algunas lágrimas la convencía para que se quede antes de llegar a esa curva pronunciada donde su vida había empezado a terminar.
Nada de eso tenía sentido seguir pensándolo porque no tenía sentido aferrarse a alguien que no había podido aceptar amar abiertamente, sus miedos y preguntas siempre habían sido más fuertes que su amor.
Salió de aquella casa, abrazó lentamente a su gato, se sentó bajo el tronco de ese árbol nuevamente pero esta vez con una mano acomodando su vestido y la otra con el arma en su mano.
Cargó el tambor, dió una vuelta al mismo y lo llevó a su sien. Rezó por su propia alma dos veces, rezó por Helena 3 veces más y le pidió perdón a dios por ser tan cobarde en vida. Apretó el gatillo de ese revolver y su vida acabó ahí.
Esa tarde los vecinos quienes siempre la habían acusado de cosas inimaginables con otros vecinos en su comunidad, oyeron ese disparo desde lejos, decidieron ir a ver si estaba bien y la encontraron con las piernas extendidas y la cabeza para abajo bajo un árbol.
Ese mismo arbol del que ella quería ser capaz de soplar siendo parte de la brisa; el mismo que sus abuelos habían plantado hacía 50 años, donde su madre y ella habían jugado incontables veces con una hamaca vieja que sus abuelos habían hecho. Donde había enterrado la cadena de su amada la cual logró robar antes de irse del hospital, donde tantas veces había leído sus libros favoritos bajo la sombra para que el sol no la moleste.
Sus vecinos vieron el vestido blanco que tenía puesto ser recorrido por una línea de sangre que caía por su cabeza.
Se sintieron mal por su espíritu, sintieron compasión y arrepentimiento pero ya era tarde. Sus lamentos y soliloquios no iban a poder ser escuchados por ella porque ya era tarde para hacerla sentir que el mundo era un poco menos terrible de lo que pensaba.
Y allí terminó su vida, allí terminó la vida de una mujer que parecía que estaba destinada a sufrir teniendo ese nombre con el que muchas veces bromeaba.
Dolores había sido fuerte, pero la vida le había arrebatado más de lo que ella podía procesar.
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