Un cuerpo cansado de tanto querer

Me perdí mirando el movimiento de tus dedos y las venas marcadas de tus brazos.

Me perdí mirándote dormido bajo el sol, haciendo que el resto del mundo pareciera una ilusión.

Me hace mal quererte tanto y que ni siquiera tengas el interés de mirarme, ni aunque sea con esa mirada adormecida que en su momento me gustaba tanto.

El mal de amor me tiene pendiente de un hilo, donde de un lado estás vos, con todo lo que conlleva tener tu amor, y del otro yo, con mi triste ser.

Un cuerpo cansado de tanto querer no tendría que tener voz ni voto, porque cada palabra que quiera salir de mi boca siempre termina en tu nombre, y porque si pudiera elegir uno de los múltiples caminos que me da la vida, siempre voy a terminar volviendo a vos y a tu simple ser.

Aunque me hagas llorar.

Aunque me termines destruyendo.

Aunque me hunda de nuevo en mis pensamientos.

Y aunque termine manchando con sangre las páginas de mi cuaderno a la hora de hablar de mis sentimientos.

Cualquier segundo a tu lado hace que olvide nuestro miserable ayer.

Estoy cansada de solo pensar en vos, porque no importa todo lo que haga. Nunca voy a ser yo.

Vivo en un pasado lejano y un futuro improbable.

Vivo amándote en silencio, aunque eso me quite el sueño.

Vivo guardando mis recuerdos en una caja negra que está a la derecha de mi cama, y cada vez que busco esa nostalgia que me trae tanta calma, la veo sin parar hasta que todo pensamiento me desacomoda el alma, pensando en esos momentos que lamentablemente tuvieron un final y terminaron de romper lo que me quedaba del cuerpo.

El sufrimiento de mis huesos tapaba el dolor que me dejó la ausencia de tus besos.

Ojalá pudiera nacer de nuevo y tomar otros caminos, para ver si en una de esas, en otra vida, estás conmigo.

Tal vez en otra vida tenga el privilegio de mirarte y que me mires.

Tal vez en otra vida, el amarte fue un sentimiento mutuo y no una obra de arte que vive marcada con tinta en las hojas de mi diario.

Tal vez en otra vida, el castigo divino no sea tu ausencia, sino mi simple muerte.

Porque preferiría morir antes que seguir esperándote.

Porque preferiría olvidarme de todo, hasta de tu nombre.

Pero luego recuerdo el dulzor de tus labios y todo dolor se vuelve un sentimiento infantil, y tus brazos, el bien más sagrado.