Temía que la felicidad en la tinta
me hiciera dejar de lado la pluma.
No sabía lo que era caminar en
un río feliz por primera vez,
así que se sentía como nadar sin
nada que me proteja.
Ahora te veo y pienso:
“¿realmente qué hice para merecerte?”.
No tengo nada en mis manos
que ofrecerte,
ni una promesa que te diga
que permaneceré a tu lado,
porque no sé quedarme.
No tenés nada,
pero te seguís quedando.
¿Cuánto amor y error podés soportar?
Me gustaría decir que soy fácil de amar,
pero tocarme es tocar espinas sin
rosas al final.
No hay grises,
solo un oscuro negro que a
veces absorbe de más.
Me gustaría poder decirte que
existen promesas que nos entrelazan,
que nos marcan y que nos juntan
cada vez más.
¿Pero cómo podría prometer
alojamiento en un lugar que aún
no conocí?
Mi corazón se mantiene entre paredes,
casi inexistente.
Temía que la felicidad me arrebatara
la única habilidad que me pertenece,
que era mía incluso antes de nacer.
Aquí estoy,
aún permaneciendo en la melancolía,
en un cielo dorado y con un sol brillando.
Y, aun así, sigo perteneciendo a tu lado.
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