En su libro de la mala vida porteña de 1966, el filósofo Rodolfo Kusch teoriza sobre algunos conceptos de la cotidianidad porteña. Posiblemente inspirado por Martin Heidegger y su concepción del lenguaje mediano, según esta visión el habla inmediata de una población hace aflorar el sentido profundo de las formas de vida de un pueblo. En efecto, en esas realidades propias de la medianía ordinaria late una extraña verdad y, por ende, una filosofía.
Es interesante la relación entre Kusch y el tango, pero también el lenguaje coloquial inmediato. A tales fines, la literatura condensada y cristalizada de ciertas prácticas, por ejemplo, es posible leer en la década del 30 las entrañables y ácidas aguafuertes porteñas de Roberto Arlt. Pero también leer otras obras como El hombre que está solo y espera de Scalabrini Ortiz. Es llamativo que Kusch haya producido obras de teatro con contenidos de tangos. Pero en todo caso, mi propuesta tendría que ser oír muchos tangos y cómo imbuirse del espíritu porteño que retrata Kusch en esta obra.
UNA FILOSOFÍA DE CAFÉ
La filosofía de Kusch es una filosofía de café. Con el mejor de los respetos que me propician los verbos, “en tu mezcla milagrosa de sabiendo suicidas, yo aprendí filosofía, dados timba, y la poesía cruel de no pensar más en mí”. Eso significa que Kusch intenta retratar al porteño en el café.
¿Y qué hace este? Según el filósofo, el porteño llega cansado, luego de un día ajetreado de laburo, meta enajenación y represión de sus instintos, que a veces lo llevan a odiar al jefe o a los clientes. De acuerdo a Kusch, opera una sutil distinción metafísica. En la oficina uno es un trabajador. Uno se esfuerza y casi no piensa, obedece. Pero para obedecer es necesario tener algunas ideas firmes que den un marco.
¿Por qué se hace eso? Pregunta Kusch. Y responde. Pues para ganarse la vida. Uno se sacrifica para que las cosas no sean tan difíciles para uno. Y entonces, allí, se cree en el progreso, la patria, que el trabajo dignifica y demás narrativas de un liberalismo de ayer y de hoy. Las palabras como sacrificarse no son azarosas, implican una honda cosmovisión en Kusch. Del mismo modo, ganarse la vida.
Ahora bien, ¿qué hace este hombre cansado cuando llega al café y se encuentra a los parroquianos? Dice lo opuesto de esas verdades tan hondamente caladas en su espíritu. Se hace el vivo. Dice que lo tiene loco al jefe, que lo encatusó y que no labura y que es un atorrante. ¿Por qué dice eso? Para no ser un merza. Porque hay una profunda conciencia de que en el laburo hay alguien que sale ganando y no precisamente él. Sin embargo, sería muy sencilla la existencia de un hombre que apenas se redujera eso.
EL PA’MÍ
Si miramos más de cerca, hay más. ¿Qué hay? Primero, la conciencia de que para ser como la gente hay que hacer lo que todos hacen. Y aceptar las verdades de su mundo. Repetir la lección del docente, aprobar, graduar. Graduarse, trabajar. Más, está aquí que este hombre tiene verdades íntimas que no comparte con nadie. Que son suyas. Y no sé si son irracionales o vagas, pero él las cree y más aún, las vive.
¿Por qué las vive? Porque dice que pa’mí son sagradas. Este pa’mí adquiere un potente bautismo en Kusch. El pa’mí es una dimensión de la conciencia donde uno es fiel a sí mismo, casi caprichosamente, y se afirma en el mundo. En ese pa’mí habitan sobre todo dos:
La vieja, “a nadie tengo en el mundo más que a vos y a la viejita”. (Vivan/Bonatti)
Y la noviecita, “tus 20 años temblando de cariño bajo el beso que entonces te robé”. (Manzi)
Y si hemos de seguir al tango, el barrio.
En el pa’mí se está en sí y se babosea al mundo. Se llena de mismisidad lo otro, al mundo. Nuevamente, babosear es un término técnico.
LA SALIDA DEL INDIO
Cuando alguien lo amenaza, le sale el indio. Brota la ira, defiende indignado lo suyo. Aunque lo suyo sea una heladera y todo lo que está de este lado de la medianera.
Así pues, al salírsele el indio, el porteño dice que defiende lo que es sagrado pa’mí. El indio es la fuerza incontrolada, el impulso vital, la potencia que protege lo suyo. Todos tenemos un indio, dice Kusch, aunque descendamos de italianos.
EL DESCHAVE
Otro término que emplea Kusch es el del deschave. El deschavado ha dicho demasiado, digamos más actualmente: le sacaron la ficha. Su recinto sagrado del PA’MI está expuesto para todos, como el curda que se emborracha y se pone a hablar mucho, mientras los parroquianos lo oyen socarrones. Pero es curioso que este deschave es ambiguo. Mostrar demasiado de sí es entregarse a la posibilidad de la burla. Por otro lado, hay una especie de orgullo en gritar a los cuatro vientos qué es uno y que se le importa un bledo lo que piensan los demás.
EL LUNFARDO
Agreguemos que el lunfardo es un modo de acercar el mundo, tornarlo familiar, entrañable, íntimo, y sobre todo de las cosas, habitable. Hablar de una manera es una forma de existir. Quien habla de un modo distinto a otro es porque vive de otro modo.
SER Y ESTAR
Por último, hay en esta obra un análisis muy conocido sobre el afán de ser alguien. Allí, Kusch distingue entre el ser y el estar. El ser supone estabilidad, firmeza. El ser atraviesa esencialmente lo que uno es y como tal es inmodificable. Pero el estar es móvil, cambiable, provisional. Se está de cierta manera, pero no se es eso. Menciona la diferencia entre ser un empleado y estar empleado. Quien es algo es porque compró el discursito que lo justifica. Se representa un papel y a menudo se es bastante intolerante con aquellos que no aceptan el ser de las cosas según él, que siempre es una opinión como la gente. Se cree que está justificado, no solo para reprochar, sino para prepotentemente imponer su punto de vista.
Ahora, qué distinto es meramente estar. Quien está reconoce su ignorancia, su desconcierto. Aquel que está se maravilla por los misterios de la existencia y la realidad humana. Y sobre todo, no tiene respuestas contundentes. Quien está en la vida meramente aprende a tener los oídos abiertos, a escuchar y no pronunciarse irreparablemente sobre nada.
Diremos que mientras se es uno, se es violento e intolerante. Pero estar supone la blandura de quien no tiene certezas definitivas. Entonces escucha y juzga con más cuidado. Uno diría que no siempre se es o se está, sino que a veces se está siendo. No podemos ignorarlo todo como no podemos saberlo todo. No podemos no tener ningún recinto sagrado. No podemos evitar que a veces se nos salga el indio cuando nos amenazan las cosas sagradas pa’mí. No podemos evitar sentirnos vulnerables cuando nos deschavan o sobre todo a todos y a vocear cancheros lo que somos.
Resumiendo, la extraña sabiduría se sintetiza en la distinción entre el ser y el estar. Kusch nos propone una visión del mundo sentimental, cotidiana y cercana que no se extravían ideas abstractas del progreso, democracia y libertad. En cambio, acepta lo íntimo, lo pasional, lo patético que tiene el ser humano en esta vida. Acepta lo irracional y caprichoso de aquellos que amamos y nos exhorta a regocijarnos con los que meramente hacemos cuando estamos, no más.

Bonchi Martínez
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