Un café, en una esquina, en diagonal al Congreso.
Dos, mejor dicho, porque este lugar invita a extender la estadía.
No es un café aestetic, dista mucho de cualquier estándar que, como diseñadora de locales gastronómicos, propondría...
Pero tiene un no se qué.
Mesas y sillas de madera, probablemente de los 90/2000. Nada muy ambicioso pero lo suficientemente cómodas para querer quedarse.
Me trajeron una carta impresa en papel, ya ganaron mis respetos. Las cartas QR me deprimen.
Miro por la ventana y encuentro dos formas de interpretar el entorno.
La simple y poco mágica, me traduce una calle con tráfico, gente caminando con prisa y un pronóstico de robo de celular para la mujer hablando en la esquina.
La mirada que disfruto es la curiosa.
La que ve un poco más allá y se pierde en el goteo hipnótico del agua desde el toldo color rojizo.
En el brillo de las flores amarillas, plantadas en la maceta que adorna la vereda.
En el destello de los faroles de la plaza del congreso, que resisten firmemente su cambio por horrendas farolas led.
Y en el árbol enorme, que corona la esquina de la plaza (supongo que es un ombú) llenando todo de una sombra profunda, con lo difícil que es hallar penumbra en la ciudad.
Me cuelgo, pensando, adónde van esas personas con prisa. Si vuelven agotados a sus casas despues de laburar, si corren para llegar a cursar una clase o van al encuentro con alguien en algún punto de la city.
O simplemente, caminan, apurados, en un estado de disociación y prisa casi automático, sin consciencia ni noción de dónde están, por dónde transitan...
-"Una Seven Up, PLEASE" , enuncia enérgico el mozo más canchero del plantel de turno.
Me cuelgo nuevamente, pensando, en la cantidad de historias que habrán circulado en este café.
En esta misma mesa adónde me encuentro.
Miro de nuevo la ventana, veo que sigue lloviendo y cada vez más copiosamente.
Y yo?
Sin paraguas.
-"Ya debería volver" me aconsejo hacia mis adentros.
Debería.
¿Pero quiero?
¿Qué hipnosis y efecto cuasi mágico tienen los cafés que me gustan tanto?
Les aseguro, que el ambiente acá es ruidoso.
Tazas, cafetera, cubiertos rozando platos, murmullo y sin embargo, logro abstraerme.
Se volvió casi, un ruido blanco de fondo.
No soy la única sola en este bar.
Hay un señor que está en diagonal desde que entré.
Hay un grupo de personas que parecen familiares o amigos reencontrandose.
Dos amigos, a lo lejos, sentados frente a frente.
Uno asiente, y ve que los estoy mirando.
Mejor retomo mi escritura.
El concepto de no medir el tiempo, por al menos un rato, me parece liberador.
El café invita y provoca eso, si conectas.
Con un libro, una imagen, una charla.
Podría haber vuelto corriendo a casa, excusada por la lluvia y el no paraguas.
Pero hoy, necesitaba este ritual.
El ritual de tener, por un rato, la sensación del "no-tiempo", del estar más allá de las horas.
Del permanecer, más allá de los "debería".
Sanos balances y pequeños instantes hacen un gran cambio.
Chequeadísimo eh.
Al fin y al cabo, siempre confirmo, cada paso tiene un porqué.
Un para qué.
Que cada esquina que elijo doblar o cruzar, tiene un destino.
Un algo más, sútil, oculto.
Me parece delicioso saborear la búsqueda de esos para qué. De esos sin sentido (o con sentido)
O rendirme simplemente, a la sorpresa de lo que trae simplemente estar aquí y ahora.
En un café, en una esquina, en diagonal al Congreso.
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Aye Itu
Escribo para atesorar en palabras tiempos que ya no son, personas que están y no están a la vez. Escribo para mi pero también para todes. Porque sé que mucho es compartido.
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