Esos pensamientos que recurren al incordio, la insistencia y la exasperación para socavar la paciencia, aniquilar la positividad y eclipsar mi buena voluntad, coronándose como nuevos fines a efectuar. Esos pensamientos que están cumpliendo su único e infausto objetivo. Derrumbarme, perderme, acabarme. Esos que se esparcen como un virus, esos que no se detienen y van tomando víctima por víctima, abatiendo hasta la última miserable gota de esperanza. Se convirtieron en un mal amigo mío, una desagradable pero habitual visita, una que parece permanecer escondida en los rincones secretos e invisibles de mi mente, pero que nunca se va. Un buen mal.
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