un ángel que cuida flores ★
Aug 6, 2025
dios me encomendó cuidar flores. no me dio instrucciones y tampoco me entregó herramientas; un día solo dejó caer la tarea entre mis manos, porque uno esperaría que los ángeles nazcan sabiendo serlo. fui enviado a la tierra con la misión de velar por su belleza, por su permanencia, por sus raíces caprichosas, sin advertencia de que lo hermoso también puede destruir, que la fragilidad a veces hiere más que una lanza y que no todos los jardines están destinados a florecer con uno dentro. yo, que jamás supe negarme a nada, acepté la tarea con tanto amor y con las alas erguidas sin sospechar lo que vendría.
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la primera flor me desangró. era enorme, indomable, intensa en su aroma y en presencia. uno la veía tan linda desde afuera, pero poco a poco sacó su verdadera piel: estaba cubierta de espinas. llegó el día en que no se contentaba con ser mirada: exigía constante adoración, y si el sol no salía por su capricho, me culpaba de la sombra. sus espinas no eran visibles a los ojos de los demás, pero al abrazarla, cada caricia mía terminaba en mi desangrar y cada palabra era envenenada de un juicio en el que yo no tenía voz. me enseñó tres cosas imposibles de desaprender: que como ángel no tengo dignidad, que estoy hecho para servir y que jamás nadie preguntará si los ángeles estamos bien. viví con el miedo de que se marchitara si no era suficiente, con la culpa constante de no poder hacerla feliz. me exigía lluvia en plena primavera, me exigía silencio cuando quería hablar, me exigía entereza cuando ya ni cuerpo tenía. yo habría muerto por ella, sin dudarlo. era todo lo que conocía. nunca lo merecí, pero aún así la adoré. no importaba cuántas veces me desgarrara, cuántas noches pasara despierto preguntándome por qué no bastaba, seguía agradeciendo su existencia con devoción porque con ella creí que el amor es sacrificio, aunque ese sacrificio me consumiera entero.
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la segunda flor llegó sin espinas, pero con un vacío igual de afilado. se acomodó en mi jardín sin permiso y solo buscando un descanso que poco a poco se volvió esa comodidad incómoda. me dio paz al principio, me dio días tibios, me dio una falsa sensación de reciprocidad. pero pronto entendí que no se quedaba por amor, sino por conveniencia. no exigía, pero tampoco daba. no lastimaba, pero tampoco sanaba. yo, acostumbrado a entregar todo sin pedir nada, me volví cómodo para mi flor. yo sabía que jamás podía pedir algo a cambio, porque me habían enseñado que hacerlo era desagradecido, que mi valor estaba en cuánto podía entregar sin colapsar. de ella aprendí que puedo quitarme las alas y dárselas a otro para que huya y que puedo permanecer aunque me dejen, que puedo seguir regando un jardín que ni siquiera está seguro que estoy ahí. pero sobre todo, aprendí que nadie está dispuesto a cuidarme. que mis alas, rotas o no, no despiertan ternura. que mi silencio no invita a quedarse, sino a irse con más facilidad. de esta flor no conservo cicatrices visibles, pero sí el peso del abandono. los huecos que dejó son más profundos que cualquier herida. sus raíces no me atravesaron, pero se llevaron consigo la tierra bajo mis pies.
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la tercera flor fue la más hermosa. fue la que llegó cuando ya no creía en la primavera. me habló de poesía, de gatitos, de mañanas suaves. me mostró que aún podía sentir, que aún podía confiar. me devolvió colores que había olvidado, me recordó mi nombre, me enseñó a volar sin miedo. sus pétalos no tenían filo, sus palabras siempre fueron suaves. me hizo creer que esta vez sí sería distinto. y por un tiempo lo fue. a su lado yo era más que un cuidador: era amado. o al menos eso creí. me enseñó más de lo que puedo enumerar: a reír, a descansar, a querer sin rogar. pero también, al final, confirmó lo que las otras ya habían dictado: los ángeles no tenemos destino feliz. no se quedan con nosotros. nos usan para crecer, para florecer, para no morir. y cuando se sienten listos para crecer solos, nos dejan atrás sin mirar. dios nos reemplaza, dios nos arranca los jardines cuando las flores dejan de necesitar compañía. y no puedo hacer nada, nada más que aceptar la ausencia que se instala como invierno en los huesos.
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ahora tengo una ventanita que da hacia cada jardín que cuidé. desde aquí veo cómo florecen sin mí. cómo sonríen en otras primaveras, cómo reciben cuidado de manos distintas. nadie se acuerda de mí. ni una palabra, ni una plegaria, ni una lágrima en mi nombre. pero yo sigo mirando. no porque espere su regreso, y tampoco es que sueñe con ser necesario. los ángeles no sueñan con amor. yo miro hacia ellas porque fue mi deber amarlas, y ese deber se quedó grabado en mis alas aunque ya no sirvan para volar. no soy necesario. nunca lo he sido. pero los cuidé como si lo fuera. los amé aunque ni siquiera me conocían. y si me arrancaron los jardines, fue porque los sembré tan bien que florecieron solos. nada de eso no me consuela pero al menos me deja quedarme un poco más aquí, al borde de esta ventanita, donde nadie me ve. donde aún soy un ángel sin destino, sin pasado o futuro; pero sí un ángel con memoria.
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