Y a veces me pregunto si,
entre tanto cielo,
se encuentra algo tuyo.
Algún sentimiento que se desplaza
entre nubes,
entre sueños.
Creo que la ilusión es más fuerte,
aunque realmente no me
gusten las fantasías.
Odio esta sensación en mi pecho,
de que no puedo controlar mi
cuerpo a tu alrededor.
Y odio mis ojos,
que te buscan en cada habitación.
Y odio mi corazón,
aquel que se acelera al sentir tu olor.
Y odio cada parte mía que te
reconoce de más,
aunque no debería.
Pero odio más la forma en la que
me dejas sin poder escribir durante
días enteros,
porque esta sensación de felicidad en
el pecho mueve la tristeza a un vacío
que ya no es el mío.
Y lo odio porque jamás supe
aprender a digerir lo que se
supone que a uno le da alegría,
mucho menos aprendí a escribir
sobre eso.
Así que me sacas de todo lo que
conozco y,
al mismo tiempo,
no… me entristece.
Y me siento rara cuando nuestras
manos se entrelazan,
porque de alguna forma siempre
termino queriendo más.
Y odio los susurros de promesas futuras,
porque de alguna forma significa que
ya estás en mis planes futuros.
Y odio todo, porque rompes con cada
idea que se supone que era solo mía.
Pero, al mismo tiempo,
no puedo resistirme a llamar tu nombre
más veces de las que debo.
Aunque a veces me gustaría
detener esto antes de que salga mal.
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