Han pasado treinta inviernos y aún sigo en este andén.
Los trenes han ido pasando cada día, marchando sin percatarse de mi presencia.
Algunos abrían sus puertas, chirriantes de reproches. Otros, más recientes, susurraban un simple "lo siento" antes de seguir su largo camino.
Traté de correr hacia ellos, aferrándome con fuerza a la mano del destino, quien me decía con lástima que aún no era el momento.
Dejé pasar muchos trenes, muchos recuerdos, muchos "¿Y si...?", muchos "quizás". Cada uno con su propia excusa para impedirme avanzar con ellos.
Justo ahora está pasando uno. El sol no me deja verlo con claridad y suena muy suave. Hay una jovencita bajando de él. Lleva consigo una pequeña maleta y un sombrero tapando su frente. Se parece a mí.
—Vamos, abuela —besa mi rostro con dulzura. —El abuelo no va a volver.
Y así, dejo mi pequeño andén, agarrando los sueños marchitos, la herida que emana lágrimas, el pecho sobrecogido y el amor roto.
Treinta años no son suficiente para dejar de amar.

Blanca Bermúdez
Escribo para sacar del alma lo que no se puede decir en voz alta. No soy perfecta, pero cada poema es una parte real de mí. Gracias por leerme. Quédate. Comenta.
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