Había una vez...
Mimi, un chica campesina de unas colinas, viviendo una vida tranquila recibiendo que eran su labor, porque en realidad no era humana, sino un ángel enviado del cielo a completar su labor.
Cuidaba ese pequeño campo, se aseguraba con su energía a que todo estuviera en orden, las flores, los climas, los animales y el aura de esa zona. Le encantaba vivir entre la tranquilidad, su deber designado le hacía sentir alegre... pero también sentía una gran falta, como si no pudiera ser totalmente libre, o se aburriera de estar ahí solita, sin algo afin que le hiciera avivar sus días y corazón.
Una noche, cuando el cielo estaba más claro que nunca, una pequeña luz cayó desde lo alto, aterrizando suavemente en las colinas. Era una estrella llamada Omi, frágil y temblorosa, que había emprendido un largo viaje por el cielo pero se había dañado en el camino. Mimi la encontró, envuelta en un brillo tenue y cansado.
Sin dudar, Mimi se acercó y con sus manos delicadas y su energía cálida, empezó a cuidar a Omi. Le habló con ternura, le cantó canciones suaves y le compartió la calma de aquel lugar.
Día tras día, Omi fue recuperando su luz, como un rompecabezas que se va construyendo, las melodías compartidas, los sueños contados, las risas juntas y ese pequeño boom-boom en ambos cuerpos que con cada instante se sintonizaba.
Omi, agradecida y llena de nuevas fuerzas, comenzó a contarle a Mimi sobre los lugares que había visto desde el cielo: montañas que tocaban las nubes, mares que cantaban con el viento, y ciudades llenas de luces y sueños. Mimi, maravillada, sintió que por primera vez su corazón se expandía más allá de las colinas.
Es así, como el día de que Omi emprendiera su viaje, en medio de su despedida con Mimi tomó sus manos y con entusiasmo le declaró lo que sentía su corazón, pidiéndole que por favor le acompañase, pues ya no se sentía capaz de continuar sin ella, se había vuelto parte de su viaje.
Mimi, algo dudosa, no sabía si era lo correcto, Su deber y la costumbre de las colinas la ataban con fuerza, y la idea de dejar aquel lugar que había cuidado siempre la llenaba de incertidumbre. Sin embargo, en sus ojos brillaba un anhelo profundo, una curiosidad nueva que la llamaba a descubrir lo desconocido.
Mimi, tomó la mano de Omi, y Omi, con entusiasmo y mucha felicidad, la envolvió entre sus brazos, hasta que salieron disparadas hacía distintas paradas diversas entre sí, pero igual de llenas de vida, muchas vidas, y mucho cielo que estaba listo para que ellas lo volvieran su hogar.
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