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    último momento de felicidad en la trinchera

    Mindelo

    Oct 2, 2024

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    último momento de felicidad en la trinchera
    Nuevo concurso literario en quaderno

    El asedio del bando enemigo en el norte de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires cumplía ya dos meses. Los Colonos –nombre asignado por el gobierno- han tomado siete de las veintitrés provincias argentinas: Misiones, Corrientes, Entre Ríos, Formosa, Chaco, Santiago del Estero y Santa Fe. Las fuerzas extranjeras están en proceso de conquistar Córdoba, Salta al norte y la provincia de Buenos Aires, con ello la ciudad más grande de Argentina y el extenso conurbano.

    Escribo estas letras tiempo después en la fría ciudad de El Calafate, recordando a un viejo amigo.

    El Ejército Argentino resistía, bajo el mando del Régimen Partidista, en colaboración con fuerzas brasileras, mexicanas y el llamativo auxilio alemán. Pero aun así, los rivales han tomado la parte norte de la Ciudad y además, una cantidad innumerable de soldados entran por Ramos Mejía, dejando a los nacionales con la única salida al sur. A la altura de Almagro, se crearon trincheras, que resistían el veloz avance enemigo. En ese improvisado refugio se encontraba Mateo, uno de los tantos jóvenes oriundos de Tandil que fueron llamados a partir de su documento de identidad para, y cito “Morir por la Argentina, para salvaguardar la soberanía nacional y la libertad del pueblo”, palabras dichas por el presidente de facto Pedro López Landívar.

    Mateo visitaba por primera vez la colosal metrópolis, alejado de su familia hace ya cuatro meses. Se inmiscuye en una jungla de cemento, recibiendo órdenes de caras nuevas con poder que lo obligan a matar. El frío de mayo azotaba a los desprotegidos combatientes, quienes con cada vez menos presupuesto, se dedican a sobrevivir y contar los días para que esto termine.

    La Ciudad, sitiada y abandonada por gran parte de los porteños, recibía el atardecer. Mateo y Fernando –un pampeano empedernido y peronista- están recorriendo las calles citadinas, subiendo y bajando los edificios. ¿Qué buscan? De todo, medicamentos, comida, armas. En consecuencia del asedio, y de la poca protección de los altos mandos del Ejército, los soldados estaban pasando una hambruna terrible, por lo cual decidieron realizar “las búsquedas”, en donde soldados de a pares caminan por las calles a la caza de provisiones.

    El brazo del tandilense recibió una bala hace un día, lo cual lo tiene afiebrado y con pocas defensas, pero igualmente tiene que hacer el trabajo. Llegan a una de las tantas construcciones abandonadas y entran con el mínimo esfuerzo. En el quinto y último piso del conglomerado, entran en el departamento 5B tras severas patadas en la puerta.

    Se topan con un ambiente oscuro y desolador, mientras que con una linterna van hacia la cocina. Buscan con precisión, pero no encuentran nada más que tres latas de arvejas y dos paquetes de fideos vencidos, que con ahínco depositan en sus uniformes. Su estómago se asemejaba a un monstruo que vivía dentro suyo, que pedía nutrientes a toda costa. Lo último que comió fue arroz con pan duro de desayuno.

    Desilusionados proceden a salir del lúgubre departamento, no sin antes pasar por la única habitación que se encontraba al fondo del pasillo. Al entrar encuentran una gloriosa biblioteca, con más de cien libros esperando a ser leídos. Al lado, y bajo una manta negra, descubren una valija. Se pregunta de quién será esa valija, quizás de alguien que preparaba un escape organizado y por algún motivo la dejó. Al abrirla, Mateo ve una pila de ropa, bien resguardada, todavía con el olor de sus antiguos dueños. Debajo de la ropa, y en una bolsa, aparece un brillante paquetito de yerba, un mate de madera y una pequeña bombilla de alpaca. Se emocionan ante el regalo divino y Fernando lo guarda en su uniforme. Tras la conquista de Misiones por parte de Los Colonos, Argentina se quedó sin la producción y el transporte de yerba mate, convirtiéndose en un bien preciado.

    Por la ventana de la habitación ven caer el sol, lo cual es señal de volver a las trincheras. Los jóvenes salen del edificio y encaran el regreso al refugio, que se encontraba a cinco cuadras de su paradero. Observan uno de los atardeceres más hermosos de los últimos tiempos. Caminando con lentitud, Mateo ya no siente los dedos de los pies. Fernando le muestra que tomó de la biblioteca una vieja versión de El sueño de los héroes de Adolfo Bioy Casares, que lo ayudará a olvidar la guerra en las próximas noches.

    Tras algunos minutos llegan al refugio. Allí se encuentran a sus cuatro compañeros de división, sentados en ronda alrededor de un cálido fuego. Al llegar Mateo le pide un pucho a Raúl el mendocino, que lo prende y se lo entrega. Se sienta a disfrutar del tabaco y sorprende a sus colegas al develar el secreto.

    ‒Les trajimos un regalito ‒Comenta con misterio señalando a Fernando. Los soldados se sorprendieron al ver algo que era cotidiano para ellos, pero que en esa situación era oro en polvo. Quizás ya habían pasado dos meses sin probar el sabor yerbateril, que para un argentino significa la vida gris. En el cuenco en donde preparaban los mismos fideos pegajosos de siempre ponen a calentar el agua.

    El tandilense yacía acostado al lado de Raúl tras el cigarrillo y le pide que le haga la curación necesaria en el brazo. Desea incansablemente tomar algo para la fiebre, pero los medicamentos se acabaron hace dos semanas. Al borde del delirio, Mateo cierra los ojos y escucha el crepitar de las leñas.

    Ya la noche ha llegado y Raúl le dice que ha terminado de curarlo, y llamándolo con golpecitos señala a su izquierda. El tan esperado mate llega a él. Con esfuerzo se levanta quejoso, se asienta la espalda y agarra el mate con las dos manos. Lo observa con detenimiento, ve el vapor ascendiendo que crea garabatos en el aire. Le da despacito para no quemarse y una pequeña lágrima cae sobre su mejilla.

    En su mente apareció su abuelo escuchando tangos las mañanas de domingo, el olor a carne quemándose en la parrilla mientras la familia espera jugando al truco. Recuerda las discusiones maritales que tanto odiaba. Con ese mate volvió a la Plaza Independencia, sentado en frente de Romina, la que fuera su novia en su adolescencia. Recordó el secundario, que quedó a un abismo de distancia. Con ese churrasco de agua caliente como decía Larralde, Mateo volvió a su vida de antes, la de un muchacho bienaventurado, curioso, perspicaz, y con toda una existencia por delante. Sonríe y espera que la ronda gire rápido para tomar otro.

    Quizás ese fue su último momento de felicidad en la trinchera, con un futuro incierto a cuestas. La falta de provisiones, el cansancio, la desolación de estar incomunicados, el frío otoñal y la fiebre describían sus días. A la mañana siguiente, decidirán emprender su viaje al sur de la Ciudad en búsqueda de la salvación, pero por ahora duerme tranquilo, como si estuviera en su casa, con su nueva familia. De ahí en adelante, los siguientes hechos que sucedieron hasta el final de la primavera siguen siendo parte de mis pensamientos. Es difícil hablar de ellos y no será hoy cuando los cuente.

     

    Mindelo

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