Última Reflexión de un Alma

Nazco,

la luz blanca y el aire ligero empiezan a incorporarse a mis retinas.

Mi alma se estira profunda en el vacío,

las manos de la Madre Vida me sujetan con su suave silbar de estrelicia.

Acaricia mi espíritu ya despierto,

el patio de las almas idas y venidas me despide, ya llegó mi hora.

Emprenderé el develamiento de lo que prometido me ha sido,

ahora veré lo que será,

prometiéndome esperanza y vitalidad.

Coloco con fuerza la yema de mis dedos en la pista: en el primer grito daré mi salto,

mi salto se hará vuelo,

y mi vuelo -al fin-

levitación.

Saldré por la puerta vitalicia y me recibirá la otra Madre, la que es dadora de la Vida,

me recostaré en su lecho, absorto de ser el milagro. Mis ojos estarán empapados de impresión, y mi alma atragantada con emoción. 

De pronto una epifanía:

La llamada Madre Vida y la mía,

son la misma.

Y acaso esta madre, la otra madre

y las otras madres;

y todas las madres,

son la misma.

Misma suerte corre ahora mi carne recién nacida. Es la misma carne que todas las carnes, es el mismo pálpito que todos tienen, tendrán, o han tenido.

Es el pálpito caído del cosmos,

es el pálpito,

del púlsar,

punzante latir de la estrella,

quebrante magnetismo,

impreso en mi corazón vuelto a mí.

Sigo llorando, no por lo que dejé atrás:

Sigo llorando, porque pronto olvidaré que fui el Sol,

olvidaré mi revelación,

olvidaré qué fue mi soñar,

olvidaré qué es olvidar.

Porque acaso así funciona el ciclo y así lo ha hecho.

¿Soy quien lo inicia o quien lo termina?

Es igual.

Hoy nací,

abrí el coloso portón ancestral

y me traje a mí.

Traje mis cosas, traje mis voluntades, traje mis caprichos, traje mi sed y mi metal.

Traje mi ser.

Seré yo el nuevo ser vivo de todo este mundo,

aunque sea,

por un instante.

Antes no sabía quién había sido,

quizás no había existido.

Ahora soy quien ha resistido, quien nació del azar,

quien supo desde el primer latido,

que nacer,

es volver a empezar.