Ucrodistotopía.
Jun 11, 2024
Ucrodistotopía para antes de nevar y de cenar.
La vida, desde ya hacía mucho, había sido un constante esperar el futuro: mañana seré feliz, era la esperanza y la premisa.
Pero eso cambió.
De algún modo un nuevo diapasón dio la nota de una desconocida afinación. Las cigarras se convirtieron en las sabias de la fábula.
No es que se dejara de guardar grano para el invierno, es que se fue haciendo con la sensatez de la mesura, del equilibrio, de la solidaridad. Del bien común y no del beneficio particular.
En realidad, quizás en teoría era lógico, se dieron cuenta de que según hacían, hacían demasiado (desmesura). Y faltaba en unos sitios lo que en otros sobraba y se desperdiciaba (desequilibrio). Y quienes tenían mucho, poco o nada se acordaban de aquellos a los que todo escaseaba (insolidaridad).
La patria fue entonces el Bien Común y no una palabra para llenar discursos adornados con banderas. La Patria fue la Humanidad en y con la Naturaleza y todo ser humano se hizo patriota de toda la Tierra.
Y el futuro pasó de largo.
Fue un suceso extraordinario pero del que nadie se percató durante decenios.
La gente comenzó a vivir el presente de un modo natural. Extrañamente natural pues igual de sencillo y consustancial había sido el inverso proceso anterior.
Es hoy cuando, siglos de historia y experiencia y la distancia que eso conlleva, nos podemos acercar a intuir lo que sucedió.
Debio ser que la lógica se oxidó o se le rompió algún engranaje. Quizás perdió el ataharre.
Aquella ceguera no había sido un pronóstico descabellado sino el análisis razonado de una realidad constatable. Era tan evidente como las gafas que se llevan acomodadas en la frente pero uno las busca por toda la casa. Evidente invidencia. Lo peor siempre fue para los conscientes de la tara que crecía imparable. Quizás ellos fueran la guía.
El desgraciado mundo feliz tampoco resultó inevitable. Drogas y circos había de muchas clases, pero, difícil de imaginar, se supo salir, seguir adelante.
Y los bomberos, aunque otros lo hicieran, jamás desahuciaron a nadie. Ni quemaron un solo libro. La dignidad siempre estuvo de su parte.
Nosotros aquellos fuimos abducidos por las mentiras, la manipulación informativa, la represión y la vigilancia constante. Pero ese acecho grande quizás se relajó y acabó por dormirse y hasta quedarse sin pilas en el sonotone. O puede que a quienes se encargaban de mirar y escuchar dejó de importarles.
Y en la granja, en todas las granjas, sin percibirlo nadie, hubo una digna y necesaria rebelión.
Así todos aquellos célebres y aclamados augurios se demostraron tan falaces como las mismas biblias de cada sochantre, de cada sacristía, de cada biblioteca, de cada mesita de noche de cada dormitorio.
Las sociedades escaparon de sí mismas, se dieron de lado y así pudieron seguir siendo, seguir avanzando.
No hay un concreto que pueda explicar lo inexplicable. Hay quienes lo achacan a milagros de dioses (cuatro gatos), otros son más de civilizaciones extraterrestres (se juntan ocho con los de antes). Casualidad y causalidad. Nadie sabe.
Desde mi siglo, en este viejo Cintruégano, vivo sin desasosiego ni desamparo. Nada me falta y estoy calmado. Si me doy a este investigar y elucubrar no es por otra cosa que por un agradable exceso de tiempo desocupado. La vida ahora es relajada, sin carencias y libre. Y un psicoterapeuta ocupacional en una civilización sin discapacidades físicas, psicológicas ni del desarrollo, tiene muy poca faena.
Quizás otro día investigue los aspectos positivos para la sociedad de la imposibilidad genética de engordar más allá del IMC apropiado de cada individuo.
Se está bien mañana.
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