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    Tus huellas en la orilla

    Aug 25, 2024

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    La playa Varese estaba casi desierta. Muy pocas personas concurren alegremente a ella en pleno Agosto, pero a Rocío se le iluminaba el rostro cada día de invierno que pasaba leyendo, allí, en la congelante arena Argentina. Ese lunes, un extraño se le acercó con una bolsa entre sus manos. La joven atemorizada por el aspecto del hombre, se echó hacia atrás y casi temblando le preguntó “¿Que necesitabas?”. El sucio señor emitió unos sonidos, llevando sus manos cada vez más cerca de Rocío.

    “No tengo efectivo para darte” le dijo la muchacha, pálida del pánico que esta situación le generaba. El balbuceante, irritado, arrojó el paquete hacia la cara de la chica y salió corriendo, saltando, bailando sin compás alguno, para el lado de la rambla.

    Con el misterioso presente en la mano, giró su vista en todos los ángulos posibles buscando un testigo de esa situación tan inusual que acaba de ocurrirle. Nadie estaba allí. Ni el señor que todos los días paseaba a su doberman, ni la señora que vendía cafecito. Ella sola, en la inmensidad de una de las playas más populares de Mar del Plata. Por un momento sintió una especie de satisfacción de ser la única en ese sitio que suele estar repleto de almas, pero esa sensación se borró instantáneamente al sentir el tacto del plástico rugoso en sus manos y preocuparse por una vuelta repentina de ese oloriento tan extraño. Se quedó unos minutos quieta mirando en dirección a donde el fugitivo había escapado, dudando de si quedarse o retornar a su hogar.

    Algo en el mar la hizo acercarse. Cuando sus pies casi se mojaban, con el hielo que era el agua, un fuerte viento la arropó. La bolsa misteriosa voló por encima de su cabeza. Envuelta en un remolino que solo parecía afectarla a ella, Rocío levantó su mirada y se encontró embobada con el contraste dorado del plástico y el gris del cielo invernal.

    Súbitamente, cayó a sus pies la bolsa que se camuflaba perfectamente con el suelo pero algo se asomaba por su abertura revelando, así, el misterio. Un libro. Un librito, en realidad. Era del tamaño de un bolsillo pequeño. De color celeste pastel su portada, con detalles de firuletes dorados y rosas metalizadas. Era un ejemplar hermoso. No tenía título, ni datos de autor, ni nada más allá de un corazón en el centro con unos brazos alrededor que parecían abrazarlo. Comenzó a ojearlo y le llamó la atención los diferentes tipos de caligrafías que había en cada capítulo. Las veía conocidas pero no podía decir de quien eran. Se sentó sin más sobre la gélida superficie costera. Con sus piernas cruzadas en una posición cómoda, se decidió a leerlo. No era muy largo, no tardaría tanto. En el primer capítulo, leía el primer encuentro de un niño y una niña en la playa y como juntos hacían castillos de arena.

    Un sonido la descolocó y miró hacia atrás. Por encima de su hombro pudo vislumbrar a una pequeña muy parecida a ella misma, con dos coletas y un vestido amarillo. Detrás de esta apareció un niñito de similar edad, cargando con baldes y palitas. Se sacudió y estos dos infantes desaparecieron.

    Un poco confundida, continuó con su lectura, ahora en el capítulo número dos se presentaba un muchacho adolescente medio borracho que deambulaba por la costa en lo que ella comprendía un momento post-boliche. Una voz la sobresaltó, un chico de unos 16 años caminaba cerca del mar balbuceando canciones de amor. Corriendo detrás de él, una joven descalza lo llamaba a los gritos pidiéndole que se detenga. El chico giró sobre sí mismo y se quedó tieso observándola. Ella llegó a su encuentro, le tomó las manos y le dió algo que él suponía perdido. Un grito hace que la chica voltee, un grupo de jóvenes le hacían señas a lo lejos. Saludo al muchacho y se fue, flotando en la dirección contraria. Rocío, que sentía esa escena muy propia, volvió su mirada al libro y notó que relataba la misma historia.

    Roló la hoja para comenzar el nuevo capítulo. Delante de ella se sentó una pareja, armando lo que parecía un picnic. Él le posaba uvas sobre su boca y ella le servía una bebida con gas. No llegó a verles las caras, pero los movimientos le resultaban conocidos. Luego de un rato, él empezó a juntar las cosas. Ella lo tomó de la mano atrayéndolo hacia sí para cuando sus bocas estuvieran emparejadas encajarle, lo que Rocío tomaba como, un primer beso. Se fueron de la mano hacia una dirección desconocida donde la lectora adivinaba que harían el amor.

    Las hojas siguieron su rumbo y sonó una campana. Flores, sillas y mucha gente. A lo lejos se veía una hermosa ceremonia de casamiento. Grandes ramos de gardenias y rosas blancas decoraban el lugar, los asientos de madera con un lazo lila dándoles un fino acabado, una sensación de amor y paz. Su canción favorita empezó a zumbar. La novia caminó hacia el novio. Ninguno de ellos pudo contener las lágrimas, ni ningún invitado, ni Roció tampoco. Un fuerte viento la transportó al capítulo siguiente. Devolvió la vista al mar. Un niño jugaba a hacerse milanesa mientras otro jugaba a ser mesero y tomar el pedido de sus padres que, sentados en unas reposeras cercanas, se reían y decían “milanesa de hijo". De pronto estos niños eran grandes y hacían surf junto a su padre. La madre los observaba atentamente parada en la orilla con una mano en la cintura y la otra en el pecho. Rocio podía sentir lo que esta señora sentía, en el libro se expresaba muy bien.

    Los pelos se le pusieron de punta, un gran frío le recorrió la sangre. Aunque no lo deseaba, un inexplicable impulso la forzó a mover su vista a la derecha. Ella quería ver a esa mujer para siempre. Nunca se despegaría de ella si pudiera. Tuvo que mirar hacia otro lado, pero no quería. Estaba negada. Lo hizo con los ojos húmedos, aún más que el mar. Este padre con sus dos hijos, ahora un poco más grandes, tirando algo al océano. Llorando, conectando con este y con lo que sea que estaban mezclando en el agua salada (que Rocío ya sabía lo que era pero prefería hacer de cuenta que no estaba enterada). Los chicos abrazaron al viejo, despidiéndose del mar y de su madre, se fueron caminando marcha atrás. Ellos tampoco querían ver hacia otro lado. No querían despegarse de ella. Roció siguió detenidamente toda esta escena, tomando en especial observación la cara de estos chicos que para ella eran ángeles. El dolor en sus rostros le dió un dolor reflejo en su pecho. Parte de ellos estaba, en ese mismo momento, dentro de ella.

    Una sombra la devolvió a su eje. Levantó su mirada con calma. El viejo le enseñó un rostro de ´permiso´ que ella aceptó con un simple movimiento de cabeza afirmativo. Aliviado, se sentó a su lado. Rocio, con total confianza y tranquilidad, reposó su cabeza en el hombro del que sería su marido. “¿Por qué lo hiciste?” “Quería que supieras que no fue en vano, que tus pasos por esta orilla fueron y serán eternos e infinitos, que el amor que diste se absorbió en cada partícula de arena, que aunque no me creas esta historia de amor es nuestra”. Estáticos, se plantaron allí mirando el horizonte hasta que el ocaso hizo su magia y el viento le dio final a la historia de un cuento que solo ella leería.

    Camila rodriguez

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