- Tu visita -

Hoy es un día importante,
uno en que los mundos se tocan,
en que los vivos encendemos velas
para que los ausentes encuentren el camino de regreso.

Y aunque solo dure un día,
yo te siento aquí conmigo.
En el aire tibio, en la cera que gotea,
en el murmullo de las flores que aún conservan tu olor.

Perdóname por ignorarte,
pero aún duele aceptar la realidad.
Perdóname por odiar la historia que me dejaste como herencia,
por alejarme, por callar.
Estoy aprendiendo a perdonarte —y perdóname también por eso—.
A veces pienso que hubiera sido más fácil quedarme en la ignorancia,
mantener intacta la versión luminosa de ti,
pero mi destino siempre ha sido escuchar,
buscar respuestas que duelen más de lo que curan.

Hoy te conozco más que cuando estabas viva.
Descubrí tus muchas versiones,
esas que nadie me contó cuando aún podía mirarte.
Y aunque no entiendo todas, no te juzgo.
También yo he repetido tus pasos,
tus silencios,
tus temblores.
Me justificaría diciendo que tuve mis razones,
como tú tuviste las tuyas.

Pero tú eras tú.
Mi madre.
Mi raíz.
El mundo que se desmoronó cuando dejaste de respirar.

Tu ausencia es un pozo que no se llena.
Lo rodeo, lo esquivo, pero siempre termina jalándome.
He caído tantas veces en él
que ya aprendí a trabajar mientras lloro.
No sabía que se podía llorar tanto,
hasta que tú me enseñaste
que no hay límites cuando se ama de verdad.

Te extraño tanto.
La luna es testigo de las noches en vela en las que te escribo.

A mis trece años me dejaron decidir
si retenerte o dejarte ir.
Y aunque no entendía del todo,
sabía que no quería verte sufrir más.
Ese fue mi primer acto de amor adulto,
y también mi primera herida.

Hoy, cada mariposa que se posa en mi hombro
me recuerda que hicimos lo correcto.
Que el amor también sabe transformarse,
que la muerte solo cambia la forma del abrazo.

Te amo, te quiero, te extraño.
Pero, sobre todo…
te llevo conmigo.
En la voz, en la piel, en lo que soy cuando resisto.
Porque aunque la muerte te llevó,
la vida me sigue regresando a ti.