Extraño tu primera visita. Usaste de pretexto una cosa que podías hacer en tu ciudad, y aun así viniste a verme. Sabía que solamente te habías encaprichado conmigo ¿Qué otra explicación había?
Sabía que solo venías a comprobar algo.
Te parecía interesante y viniste a comprobarlo.
Te encaprichaste con mi letra y solo querías venir a verla.
Y yo accedí.
Sabía que era un capricho y que lo mejor era que vieras que no era como me idealizaste, acabar rápido y volver a mi mundo de piano, letras, humo de vela y luciérnagas de cristal.
Pero te quedaste. Desde entonces no te alejaste. Permaneciste a mi lado, sabiendo que aunque no fuera eterno, te sería leal.
Te quedaste a mi lado.
Y jugamos a los mudos, a tratar de adivinar lo que el otro pensaba solo con gestos. Me mirabas a los ojos y pensé que estabas enamorada, pues no me desviaste la mirada. Te miraba los labios en tu cara blanca y cabello rojizo, y dijiste que si quería darte un beso. Te dije que sí y fui sincero.
Yo, que nunca me he sincerado con nadie, que siempre he vivido de la verdad a medias, que siempre ha jugado al papel del lobo licántropo, me sinceré contigo. Me dijiste que si era así, ¿por qué no te lo daba?
Y te dije que te tenía miedo.
Y una vez más te dije la verdad. Me tomaste de la mano con la seguridad de quien nunca ha amado, pues te temblaba. Y me besaste.
Y de ahí en más solo supe acunarme de ti.
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