El día de tu muerte aún no ha llegado,
Aún respiras, aún pensás —¿quizás en mí?—.
Tu vida sigue, esté yo presente o no.
Pero pienso seguido en cuándo eso suceda:
el día en que alguien me susurre
las palabras que anuncien tu último suspiro.
Cada vez que tu nombre se cuela en mis conversaciones;
cada vez que un recuerdo
me arrulla con tu voz
y luego me despierta en llanto,
como hacías vos,
me recuerda que existís y que un día todo acabará.
Quisiera decir que no la añoro,
negar con fervor que tal infame deseo habite en mí;
pero traicionaría la honestidad que nació en mí
como rebeldía ante la farsa de tu cariño.
Añoro vomitar lo grisáceo de mis sentires,
abrazar mi sangre que una vez fue tu pertenencia,
y rebalsar de orgullo como lo haría cualquier hija.
Pienso seguido en ese día fatídico,
y ese día…
¿río o lloro?
¿Araño la tierra hasta que mis dedos se desarmen?
¿Cocino la receta que me enseñaste?
¿No hablo?
¿Grito?
No lo sé.
No sé qué fue lo que sembraste en mí;
fue aquella mezcla de un frío toque
y una calidez que nunca más hallé en otro lugar,
quizás porque nacía de una enfiebrada herida.
Solo el día en que llegue el fin
voy a saber verdaderamente
lo que floreció de mí.
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