tú, en cada esquina, tú (a mano alzada)

¿Qué día quieres que deje de escribirte? ¿Qué fatídico día esperas que me canse de hablarte en silencios, a secretos de boca a boca? Hoy no tengo a nadie a quien hacerle estas preguntas.

El día no llega y yo ya no lo espero. Algún minuto, de alguna hora, de algún día lejanísimo dejaré de escribir, porque las ganas de recordarte en toda tu honesta y brutal fatalidad ya no van a llegar. Algún día vas a dejar de estar pegada a mi pared, mirándome desde el retrovisor de un auto en donde el asiento del copiloto ya está ocupado. Algún día dejaré de sentir tu aliento etílico en la superficie de mi nuca, y más bien, eso ya no me erizará la piel. Ese día alguna vez llegará; pero hasta que no llegue, yo escribiré.

Te escribiré y te invocaré en la puerta de mi armario, a veces muy fiel y a veces demasiado desatinado. Desahogaré las pruebas de tu destino cruel, citaré tus palabras más inhumanas, y te amaré. A mi manera te amaré a las distancias sanas.

Te escribiré y describiré tu alma azulada. Tus ojos cafés. Tu cabello negro que, en realidad, ya no me es familiar. Tu lejanía insoportable y cada vez menos evitable. Nuestra ausencia incluso en la presencia.

Te escribiré hasta que los vestigios de ti sean menos palpables en cada esquina de mi habitación. Te escribiré hasta que nuestras tristezas signifiquen muy poco, en la gran escala de las cosas que todavía amamos y que queremos amar. Te escribiré, y cada palabra desbaratará los puntos quirúrgicos que alguna vez nos unieron desde el torso. Te escribiré hasta que nada duela. Te escribiré.