Tengo la sospecha de que padezco de tristeza crónica.
Una vez más, has hecho lo posible para adentrarte en mi corazón. El brillo de tus ojos al mirarme parecía comprometedor, así que te permití el paso. Sostuve tu mano con miedo y te escribí los poemas que nacieron de mi amor.
Había una advertencia entre tus labios, los míos la repetían como un pensamiento acechante y pensé tanto en ella que una noche la olvidé. El sol del amanecer iluminó las sombras que había detras de ti y desde ese día no he dejado de sentirme amenazada.
Una vez más, he vuelto a sentir que el corazón se me ahoga en pena y que el dolor se instala en mi pecho a primera hora de la mañana, cuando despierto.
Han pasado dos semanas desde que el abrir los ojos me provoca un profundo dolor y ya no sé si siento el dolor agobiante o si ya no siento nada.
Es entonces que sospecho de que padezco de tristeza crónica porque ya no soy capaz de no hacer otra cosa que no sea existir.
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