oscura la senda donde me arrastro,
alma vacía sin aliento propio,
carne que no vive,
pero no muere,
un parásito devora lo que soy,
sofoca la razón,
encadena el pensamiento.
¡qué necia esta danza macabra!
cuerpos ajenos,
sin rumbo,
sin voluntad,
sombras de deseos prestados,
nunca nuestros,
jamás lo fueron,
pero se imponen cadenas invisibles
que nos atan a la ilusión de ser.
en la vasta ciudad,
entre piedras doradas,
somos muertos que caminan,
trajes brillantes,
creyendo que el oro de las monedas
es más que la luz perdida,
engañados, vivimos sin vida, sin alma,
persiguiendo fantasmas de significado
en un mundo que ya no comprende la esencia.
en los rincones oscuros,
donde el hambre es ley y la muerte espera,
somos zombis de otra especie,
esclavos de la miseria,
condenados a un trabajo
que sólo recibe el desprecio del mundo,
mientras el verdadero valor se escapa
entre los dedos de la existencia.
¡ay! en este carnaval de muertos,
ni ricos ni pobres se salvan,
todos perdidos, todos iguales,
en un triste teatro donde la muerte
es la única que ríe al final,
porque en la fugacidad de la vida,
es ella quien comprende la verdad oculta.
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