Conocerte realmente fue un punto de quiebre para mí, sin realmente planearlo te di entrada a mi mundo y te convertiste en mi persona favorita, de repente mi mundo giraba en torno a ti y aunque sentía que en cualquier momento podrías escurrirte entre mis dedos, ser afortunada de estar cerca de ti me llenaba de vida.
Quiero creer – me aferro a la idea – que en este universo no existen las casualidades, que encajamos tan bien porque así estaba destinado a ser, que no encontrarás en otra persona lo que encontraste en mi y me grabé en tu piel aquella tarde que nos conocimos, que me perteneces, que te pertenezco. Quiero creer, Cass, que una estrella tiene grabados nuestros nombres, un hilo rojo une tu meñique con el mío, la luna que ambas observamos antes de dormir nos mira con ternura y nos acobija entre sus cráteres cuidando de nuestro amor.
Me desarmaste, me hiciste entender lo frágil que era, pero también lo viva que podía sentirme dejándome caer en tu espiral. Me convenciste de que el amor es paciente, aunque nosotras realmente no nos identifiquemos con ese concepto. Nuestro amor es lento, es dejarse caer en un campo donde los tulipanes y las orquídeas coexisten y nos cubren con delicadeza.
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