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Tres lados del deseo

Mar 3, 2025

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Tres lados del deseo
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El día llegaba a su fin fundiéndose el azul con un rojo intenso formando un magnífico degrade de color violeta anaranjado, pero Malaika se perdió del espectáculo que le regalaba el cielo por estar ocupada en los preparativos de aquella noche. Horas más tarde, mientras terminaba de peinar su cabello largo y pesado frente al espejo del baño, podía escuchar la bocina escandalosa del auto de Jano, recordándole lo impuntual que había sido desde siempre. Ambos se conocían desde tercer año de la secundaria cuando él, por llevarse casi hasta el recreo tuvo que repetir de curso. Su madre no estaba dispuesta a cambiarlo de colegio, decía que debía pasar vergüenza para ver si de esa manera se preocupaba por aprobar todas las materias. Sin apuro alguno perfumo sus muñecas con su perfume preferido, sin olvidar los puntos más importantes, como a menudo repetía a sus amigas a modo de enseñanza, detrás de las orejas y el borde del escote. Cerro el estuche donde guardaba su maquillaje, y mirándose una vez más al espejo, apago la luz dirigiéndose a su habitación en busca de su cartera. ¡¿Estas listas ya?!, grito fuertemente Jano cuando vio la luz encendida de su cuarto. shhh deja de gritar que vas a despertar al vecindario, ya bajo!, respondió ella, alejándose de la ventana y colgando la cartera al hombro, salió, cerró la puerta con llave y mientras descendía por las escaleras de manera apresurada, antes de llegar al último escalón, se detuvo un instante para contemplar la noche estrellada. El calor desmedido de aquel día la llevo a decidirse por un vestido blanco, de delgados breteles y tan ajustado al cuerpo que no dejaba lugar a la imaginación. Al verla, Jano cayo en la tentación de mirarla de pies a cabeza, quedando atrapado en el traslucir de sus erizados pezones, a los que por un breve instante deseo lamer con todas sus ansias. se encendió en él un deseo que no le estaba permitido por tener el título de mejor amigo, pero el cuerpo de ella había cambiado de manera desmedida desde la adolescencia, que en sus pensamientos le era licito traicionar aquel pacto. Sin adjudicarse el alboroto hormonal provocado en él, ella abrió la puerta del lado del acompañante y procedió a sentarse. _¿¡Vamos, dale Jano que no estabas apurado!?, replico, ante la actitud encendida de él al verla tan sensual y despojada de toda vergüenza. Bien sabían todos los que la conocían que era consciente de lo que provocaba en los hombres en general desde que se convirtió en señorita, como decían sus abuelas, pero jamás cedía ante los bajos instintos, o por lo menos no a los de Jano. Abandonando el estado atónito, que lo dominaba cada vez que la tenia cerca haciéndolo lucir como un tonto, subió al auto y puso en marcha el motor, no sin antes darle un beso en la mejilla y por fin extasiar su olfato con la explosión de notas de cerezas negras y almendras de su Carolina Herrera. Y no era que él supiera mucho de fragancias femeninas, sino que había sido su regalo de cumpleaños, por insistencia de ella. No faltaba oportunidad en que le recordaba de manera obstinada cuanto le gustaba aquel perfume, a modo de indirecta.

Tuvieron la suerte de que todos los semáforos dieran luz verde y de ese modo llegaron a destino en menos de veinte minutos. “Deseo a la carta” era el lugar elegido, ubicado en el piso treinta y uno de un lujoso edificio anclado en el centro de la ciudad, caracterizado no solo por su discreción, sino además por ser una invitación a explorar con todos los sentidos, por medio de la cata de vinos y la gastronomía afrodisiaca, el deseo, la seducción y las fantasías.  Antes de que el auto se sumergiera en el lúgubre subsuelo donde se encontraba el garaje del edificio y perdiera la señal por completo, Malaika tomo su celular del interior de la cartera, busco en la galería de imágenes el código que le había dado una vez que abono por transferencia, dejándolo visible en la pantalla. Repaso rápidamente las reglas a cumplir, resonando en su cabeza tres palabras claves: discreción, máscaras y lujuria.  Al sitio lo descubrió escrolleando en redes sociales y su pequeño círculo de amigos estuvo de acuerdo con la elección.  Descendiendo del Peugeot doscientos ocho color gris humo, Jano inspecciono que todas las puertas hayan quedado cerradas, era una manía heredada y aprendida de su padre que no podía evitar. Solo el ruido provocado por los pasos de ambos, poseían el poder de terminar con el silencio misterioso de aquel húmedo lugar. Una vez adentro del ascensor se pusieron las máscaras y después de pulsar el redondo botón que indicaba treinta y uno en color negro, tomaron una selfi para la posteridad. Diez segundos demoro en subir el cubículo de hierro y acero inoxidable. De fondo escucharon una voz femenina grabada, indicado que estaban en el piso correcto. La gruesa y gélida puerta se abrió velozmente. Parado delante de ellos, un hombre robusto de actitud firme, con smoking y mascara negra simulando algún animal, les dio la bienvenida, indicándoles que debían dejar los celulares para poder pasar y una vez finalizada la velada se los devolverían. De manera casi simultánea mostraron sus códigos y procedieron a cruzar el umbral de aquella puerta color negra azabache con la letra A de metal al frente. En ese momento sabían que atravesaban los limites donde se difuminaba la lujuria y su antónimo. De inmediato percibieron un sitio con luces bajas, una gran mesa larga y ancha en donde se ubicaban candelabros con velas rojas aromáticas, asociadas con la pasión y el deseo, vajilla de porcelana antigua color tiza colocada en el centro de cada puesto, cuchillos y cucharas ubicados del lado derecho; mientras que del lado izquierdo los tenedores y tan solo la cuchara del postre encima de cada plato. De fondo se oía Medusa (de Amanti), sonando de manera electrizantemente misteriosa, incitando a vivir el momento sin inhibición alguna. Rodeando la mesa varios sillones de cuero negro apoyados sobre alfombras de igual color y de manera evolvente grandes ventanales con una panorámica de la luna en trescientos sesenta grados, que más tarde serian cerrados, aunque aún no lo sabían, pero podían adivinarlo.

En uno de los vértices advirtieron la presencia de sus amigos que permanecían de espaldas y sin dudarlo se fueron acercando sigilosamente para sorprenderlos. ¡Por fin llegaron, ya era hora!, dijo David. Quédate tranquilo Jano, sabemos quién es la que siempre se demora, estas perdonado!, replico Samanta, dejándole en claro la falta de empatía y recalcándole a su amiga que estaba en falta. ¡¿Donde está el baño?!, Pregunto Malaika de manera despreocupada, haciendo oídos sordos a los comentarios. ¡Vamos que te acompaño, desde que llegue que me estoy haciendo pis!, le susurro Samanta al oído. Ambas se alejaron dejándolos solos con sus conversaciones de futbol y autos. Durante la caminata se sintieron observadas por hombres y mujeres de variada edad, vestidos de manera elegante como lo indicaba una de las reglas, mozos dispuestos a ofrecerles una copa en cualquier momento, y bailarines en una especie de tarima colocadas de manera dispersa. Del otro lado de los vértices, una barra que desafiaba cualquier paladar con tragos preparados por la barman, cautivando la atención de todos, por el rojo carmesí de sus labios, su frondoso cabello afro desbordando su antifaz y cubierta tan solo con una delicada lencería color marfil.

Mirando los lujosos detalles del baño, cada una sentada en el inodoro, pensaron que sería oportuno de regreso, pasar por unos tragos y observar desde ese rincón a los varones disponibles. Tiraron la cadena con una simultaneidad, que si la hubiesen practicado no les hubiese salido así de perfecta. Samanta observo su reflejo en el gran espejo mientras se lavaba las manos, percatándose que debía repasar sus labios, después de que las dos copas de vino blanco le borraran el color fresa casi por completo. Una vez que se acomodaron las vestimentas y repasaron el maquillaje, salieron en busca de la mejor ubicación en la barra. Dos copas de champan por favor!, solicito Malaika, reafirmando lo dicho con sus dedos colocados en forma de v corta. Sin hacer contacto visual y de manera inmediata, la chica de cabellos rebeldes y labios rojo carmesí, asentó dos copas finas y alargadas a la vista y saco, como un mago sacaría de su galera un conejo blanco, un Louis Roederer Brut cristal, considerado el famoso de la marca y caracterizado por su elegancia, aromas afrutados y textura sedosa. Las gargantas de ambas agradecidas, querían retener el mayor tiempo posible semejante delicia. A las risas moderadas, provocadas por aquel elixir, se sumaron una pareja. Ambos muy estilizados y distinguidos. Ella, aunque más alta que él, no perdía su femineidad y delicadeza en ningún momento. De ojos grises que podía vislumbrarse por debajo de aquella careta y piel de terciopelo. Él, de cabello platinado, pero no por eso menos seductor, con una barba que seguramente retocaba cada quince días y unos dientes perfectos. señoritas!, dijo con una voz grave y varonil, ¿¡Podemos acompañarlas?!Por supuesto, claro que si!? Indicó samanta con voz cálida y brillante. Y así, sus conversaciones fluyeron, entre melodías suaves se dejaron llevar por la exquisita textura del Louis Roederer que empalagaba sus bocas y enervaba sus cuerpos.

Pasada la medianoche se oyó de fondo el tintineo de una copa invitando a los ahí presentes a prestar atención y una voz ronca interrumpió el repique. _Atención, atención por favor, bienvenidos a todos, en nombre de nuestro staff y mío, esperamos que disfruten la velada, ¡Prometemos que esta será una noche inolvidable, trabajamos en cada detalle durante meses y esperamos estar a la altura de sus exigencias, tomen asiento y déjense llevar!. Esas fueron las palabras que dieron lugar a poder ocupar cada uno una silla al azar, la idea era que se combinarán de manera genuina y así poder disfrutar del dialogo con otras personas que no conocían. En el puesto de cada uno podía leerse en un cartel con bordes plateados, escritos los nombres de reyes, reinas, animales de diferente especie, sensaciones y acciones. Caras con gestos unísonos de intriga, pensando cual sería la finalidad o posibles intenciones de lo allí expuesto, se hicieron notar a lo largo y ancho de la mesa. Malaika pensó: Sería un juego con la intención de agruparnos en pequeños grupos que contengan algo en común o más bien todo lo contrario, por ejemplo, un animal con un rey o una reina o cosas por el estilo. Antes que la atraparan más ideas, la asombró por la derecha un plato playo, que el camarero deposito en su puesto. En él, decorando el centro, se encontraba un manjar que mis papilas gustativas descubrirían en esa recepción. Se trataba de un filet mignon, proveniente del lomo del animal y era uno de los cortes más valorados debido a su suave textura y delicado sabor. Y no es que ella supiera de carnes, sino más bien por los comentarios informativos de parte de su compañero de mesa, el caballero platinado, como lo apodo en ese instante.

David y Jano quedaron del otro lado de la gran mesa, escoltados por dos mujeres que le los superaban en edad. Una más baja que la otra, pero sus rostros eran muy similares, al punto de parecer hermanas o primas cercanas. De narices aguileñas, hombros redondeados y mirada profundas. Ambos se encontraban lo suficientemente entretenidos, ya que en ningún momento repararon en donde estaban ubicadas sus amigas. Así como lo platos, las horas fueron pasando entre copas llenas hasta la mitad con el más distinguido champan y conversaciones de las historias más extraordinarias. Todo era tan intensamente perfecto, entre risas y desinhibiciones, que ya nadie quería dejar de fantasear con lo que se hacía innegable de controlar. Y en efecto, sus apetitos más indebidos hallaron complicidad en los ventanales que lentamente se cerraban dando lugar a la luz de las velas, al ritmo de una melodía empalagosa y hechicera, penetrando en sus oídos y en sus sexos. La noche recién comenzaba para sus bajos instintos…

 

 

                                                                                                                                   Señorita Z

 

 

 

 

 

 

Señorita Z

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