“No recuerdo la última vez que disfruté genuinamente el estar vivo”. Ryū me echó una de esas miradas de padre preocupado, la que solía darme risa.
“¿Vas a intentar...? Ya sabes...”
¿Suicidarme? No, no voy a intentarlo. Pensé en decírselo en voz alta, pero hubo algo, un dolor en mi pecho que me impidió hablar. Con él era mejor comunicarnos en silencio; me recosté sobre su regazo, tan quieto como pude, Ryū comenzó a cepillarme el cabello con sus dedos. Lo miré un rato de reojo, su nariz se había convertido en una puntita rojiza y le costaba respirar. No le gustaba llorar frente a otros, contrario a mí, que pecaba de llorón. Le permití mantener su dignidad hasta que se recompuso.
“¿Qué te haría disfrutar la vida, Susila?”
“Un beso tuyo.”
Era simple, yo le pedía cualquier cosa y él me la daba. Nos besamos. Si a eso se le puede llamar un beso, porque no había nada ahí. No había deseo, mucho menos amor romántico. Ninguna de las estupideces que leía en los mangas de mi prima. Era un roce de labios para complacer al otro y ya. Fue patético y casi me echo a reír, de no ser porque detecté que estaba por romperme.
Ryū me preguntó si estaba bien, yo le mentí. Regresé a casa con los ojos hinchados y la reafirmación a algo que yo sabía desde la secundaria.
Él no me ama.
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