Tren Sarmiento Argentina

Salgo de casa, el viento rojizo mueve arena pesada; el tiempo corre espeso, llueven dagas. Viajo en àguilas hasta el tren, y me abren las puertas de este Àngeles. Entablo acà dentro charlas con mates, magia; me dan de fumar en un transporte pùblico.

Este vehìculo, creìa yo, iba en linea recta por Rivadavia, pero por la ventana, desde las alturas, cruzaba Boedo, Parque Patricios, hasta Moròn; el conductor estaba de humor. Reviso asì el catàlogo de paradas, y en ninguna la direcciòn de tu casa, mi tumba.

Andando en bicicleta en este tren de longitud al horizonte, me aburro de dar piruetas y me recuesto a tomar una siesta; al despertar, lo peor, doyme cuenta de la proximidad lejana que tengo a mi destino, incluso con la desdichada ocasiòn del freno de golpe de este tren, antes de la estaciòn Villa Luro. Iba a llegar tarde a matear con Dios, solo serafines y copias tuyas por hoy.

El tren habìa acariciado hasta el desmembramiento a una triste alma -o cosa- cosa que me llena de impaciencia, ya que me esperaba Padre Dios. Dos horas, tres dias, cien inviernos esperando la evacuaciòn, y relajo releyendo Cortàzar; un otro abre una ventana del tren, y en la fila de espera para la evacuacion en rampa, impaciente este personaje, sin desplazarse, camina jocosamente en el lugar, con las piernas abiertas, algo reclinadas, dobladas en forma convexa, y las manos en la cintura como esperando.