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    Travesía

    Hoy la tarde es diferente. Desciendo de a uno los peldaños que me alejan de mi viejo departamento, al que considero mi burbuja de protección. Salgo a la calle y me lanzo sin más a caminar sin rumbo, dirección, ni destino. Caminar sin tino es muy bueno, pues no tener un final de camino predeterminado me ayuda a pensar qué y quién soy en este momento y lugar. Lo impredecible es lo real...Lo sorpresivo es lo real.

    Apuro el paso y surge el milagro: inspiro lo nuevo y bueno... Expiro lo malo, lo triste y feo.

    Una leve brisa acompaña mi errático camino... Ella conoce mi destino, yo solo lo intuyo. A cada tramo de mi recorrido surgen recuerdos en mi mente, algunos alegres y otros tristes, pero todos cargados de mucho aprendizaje: Los dejo ir.

    Vulnerables al viento, las hojas de los árboles caracolean en el aire y terminan cayendo al viejo arroyo La Cañada, evidenciando así la asombrosa finitud de mi paso por esta vida, una simple vida entre otras diferentes vidas, pero igualadas en la misma agonía existencial.

    Los sonidos de la ciudad me asombran: Las bocinas de los automóviles, el incesante rumor citadino, la alegre música de los bares y sus luces llamativas, y también la voz del sacerdote, proyectada hacia la calle a través de la puerta de la iglesia, pidiendo a Dios por los feligreses que, en silencio, esperan que sus deseos les sean concedidos como ellos quieren.

    Estos sonidos me traen otros recuerdos: las infantiles sonrisas de mis hijos —y ahí mi alma se regodea—, los lejanos ladridos de los perros en mi viejo barrio, y las nostálgicas tardes de invierno con su cielo azul oscuro, casi gris. Siento un escalofrío al decirle adiós a esos nostálgicos fantasmas del pasado.

    Continúo caminando con el peso de mi espíritu más alivianado... Pero no lo suficiente.

    En la siguiente esquina aparece, como un espejismo, la imagen de mi primer amor, y unos metros más adelante se materializan un sinnúmero de promesas incumplidas, algunas por mí y otras por algunos de los muchos y necesarios protagonistas de mi pasado. Luego aparecen las esperanzas vanas... Los fríos amaneceres... Los profundos dolores del alma... Y los dejo ir a todos.

    Liberarme es mi misión en este momento donde confluyen mi ser con mi destino. Es vital comprender que debo ser un manifiesto de amor incondicional para mi existencia.

    Liberar... dejar ir... Soltar... Dejar salir... Olvidar...

    Los pájaros de plumas marrones conocen muy bien mi propósito, para muchos utópico... Pero no para mí.

    Al dirigirme al río, lo hago en dirección opuesta a la que vienen todos... ¿Por qué no hacerlo?

    Ir en esa dirección es una de las tantas decisiones que debo tomar si realmente deseo intentar ser feliz: Así de fácil... así de difícil... Lo importante es tener el valor para hacerlo.

    Liberar... Dejar ir... Soltar... Dejar salir... Olvidar...

    Frente al río Suquía, contemplo su monótona corriente y su ralentizada cadencia, sometida a la presión de este mundo de cemento que lo estrangula desde que entra hasta que sale de la urbe.

    El río, en su eterno fluir me regala un poema inspirado hace ya miles de años:

    Siempre es presente...

    Siempre es presente...

    Siempre es presente...

    Qué razón tenías Heráclito... ¡Siempre es presente!

    El hoy, el ahora... Siempre...

    Ahora comprendo: No soy blanco... Ni negro... Ni nativo... Ni europeo... Ni rico, Ni pobre.

    Soy sentimiento... Emoción... Pensamiento... Soy un todo.

    ¡Estoy vivo!

    Al regresar sobre mis pasos, veo todas las cosas de manera diferente... Tienen la misma forma, pero ahora puedo distinguir sus colores verdaderos.

    Mi mochila ha quedado vacía y limpia de alienados pensamientos. Subo las escaleras, entro a mi departamento y abro el ventanal por donde ingresa otro aire, uno real, diferente.

    Ahora estoy listo... Ya me he dado cuenta:

    La travesía hoy comienza.

    Roberto Dario Salica

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