Estuvo toda la noche ordenando su habitación. Recién cuando el sol asomó pudo conciliar el sueño. Quedó casi desmayada sobre una pila de ropa. En sus manos tenía un sobre amarillento y al lado una caja con algunas cosas de él. La caja era de un ventilador que habían comprado los dos un año atrás. Pero ahora servía para guardar libros, papeles y entre otras cosas, una taza con la foto de ellos abrazados mirando el Glaciar Perito Moreno. Ella no lloró. Sentía que el dolor parecía desgarrarle la garganta. Pero no lloró.
A las 8 am sonó la alarma, se despertó de repente asustada, vaya a saber qué estaba soñando. Miró hacia la cama vacía imaginando que él estaba allí con la almohada tapándose el sol de la cara como de costumbre. Suspiró profundamente.
Se levantó a desayunar, su cuerpo le pesaba toneladas. Cayó la carta de su mano sin que se diera cuenta. No había estado comiendo hace unos días. No tenía ganas de nada. En su mente la voz de su mamá: comé algo que te vas a enfermar hija, el corazón duele y te baja las defensas. La falta de comida dejaba secuelas en su cuerpo. La desolación dejaba secuelas también.
Preparó un té insulso con unas galletitas de agua. Desde la cocina se veía la habitación con la puerta abierta. Los rayos de sol que entraban por la ventana descansaban sobre la ropa de él y la caja. Ella solo veía como las sombras del miedo se querían comer cada partícula de luz. Crecían desde las paredes. Miró a sus pies que se aferraban al suelo oscuro. En ese instante oportuno sonó su celular. Lo miró desde arriba. Su amiga le preguntaba preocupada por qué no había ido otra vez a trabajar. Que cuente con ella, le decía, que iba a estar ahí si necesitaba algo, lo que sea. No tuvo ganas de responder. Estaba demasiado triste y enojada. Una mezcla dañina si se la deja estancada. Quería llorar y no podía. Quería dormir y despertar un año más tarde. Su papá le dijo: el amor es así, el desamor duele pero en un tiempo vas a estar mejor vas a ver. Es un proceso que tenés que pasar. Ella estaba cansada de consejos y de procesos.
Entró en su habitación. Apenas cabía una cama de dos plazas y un ropero, pero ella la veía gigante. A las 4 pm vendría él a buscar sus cosas. No había decidido si iba a dejarlas en la galería o si se las iba a dar personalmente. Pensar en cualquiera de las dos opciones le provocaba calambres en el pecho. Agarró una bolsa de residuos y comenzó a meter la ropa. Sabía que aún en la soga quedaban un par de remeras. No iba a tomarse el trabajo de levantarlas. Prefería que se destiñeran y se las llevara el viento de la terraza.
Cinco años cabían en una bolsa y una caja. Cinco años no cabían en un corazón roto. Tomó la taza casi sin pensarlo y la dejó caer al piso. Clash! Se partió en cientos de pedazos. No lo podía creer. Pensó que sólo se rompería la manija. Se quedó unos segundos mirando al suelo. Estaba descalza así que comenzó a levantar pedazo por pedazo con mucho cuidado. Había que envolverlos. Volvió a encontrar el sobre con la carta que podría servir de envoltorio. Abrió el sobre y metió allí los restos de ese recuerdo. No tenía intenciones de leer lo que allí decía. Creía que su voz no estaba aún lista para pronunciar esas palabras, ni dentro de su cabeza. Sonó su teléfono. No atinó ni a moverse. Es más, disfrutaba del sonido rompiendo tanto silencio. Sonó y sonó hasta que se calló. Otra vez volvió a oír los ruidos de su cabeza.
Se acercaba la hora, ella casi sin dormir. Tomó una cinta y comenzó a cerrar la caja. No había vuelta atrás. Respiró profunda y lentamente. De pronto el sonido del mensaje de él, irrumpió esa tarde en el abismo de la habitación. Fue como si le hubieran dado con una bola de cañón en el estómago. Su corazón se disparó en latidos incontrolables. Leyó el mensaje sin pensarlo: ¿Alguna vez me quisiste? ¿Algo de lo que vivimos fue real?
Nadie tiene un plan de contingencia cuando la eternidad de un instante de amor lo acapara todo. Debería alguien encargarse de exorcizar a las almas desamparadas de amor, pensaba. Quitarles el dolor abrumador del duelo o darlo en cuotas; o al menos darles una licencia para alejarse un tiempo de los demás hasta sanar, si era posible. Ella se había alejado esos días, o fueron semanas. Ya había perdido la noción del tiempo. Escuchaba de lejos las voces de los demás. Se sentía una niña pequeñita que debía aprender a caminar.
Afuera el día estaba hermoso y cálido. Los pajaritos cantaban casi insoportablemente. Adentro parecía haber una tormenta con huracanes y granizo. ¿Alguna vez me quisiste? Repetía la pregunta en su cabeza. Cerró los ojos y sintió que algo brotaba desde el centro de su cuerpo reclamando salir. Gritó. ¡¡Aaaaa!! Fue un grito de liberación, de desahogo. Se sintió más liviana. Más libre.
No había más por hacer, pensaba .Ya lo intentamos todo y no funcionó. La decisión estaba tomada. La despedida la había dejado casi sin voz; ronca y sin fuerzas. No sirvió de nada hacerse la fuerte. Juró que no entendía por qué no podía llorar. Quería llorar. Se tejían en su garganta las lágrimas inertes. Había huecos en sus ojos.
Llevó las bolsas a la puerta de entrada. Se sentó en la cama y apoyó en sus piernas la caja. Luego rompió la cinta y volvió a inspeccionar todo como buscando algo. Había dejado el sobre y los pedacitos de taza al fondo de la caja. Lo sacó, puso en el tacho de basura lo que quedaba de la taza evitando lastimarse. Tomó la carta como si hubiera agarrado una piedra hirviendo. La abrió y tiró el viejo sobre. El filo de la hoja hizo un tajo en su mano. Resopló. Reconoció su propia letra al instante. La fecha era del comienzo de su relación. Allí estaba escrito un poema:
Cuerpos desenfrenados
a riendas sueltas
paisaje natural
de nuestro amor.
Si un día se acabara
esta melodía
y el agua de este río
trajera pestes,
si la risa en tu rostro
se disolviera
y el musgo nos creciera
en plena frente,
Este paisaje idílico
se esfumaría,
yo estaría perdida
entre la gente.
Mientras tanto que esconda
la mano el miedo,
mientras tanto cantame
y quereme siempre.
No pudo terminar de leerlo porque una gota salada irrumpió sobre el papel desparramando las letras y desdibujando la tinta. Al fin las lágrimas pudieron liberarse y correr cálidas por toda su cara. Al fin lloró, lloró después de tanto miedo. Lloró después de tanto encierro y regaló al mundo su pena, ya no le pertenecía.
Posible final y comienzo nuevo: Mandó un mensaje a su amiga : ¿Podrás venir? Te necesito. Después llamó a su padres para preguntarle si tenían planes para la noche. ¿Ma, puedo ir a dormir con ustedes?
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