al escultor divino que decidió moldearme con tierra lodosa, con piernas de arcilla, con brazos de papel, con ojos de árbol seco, con dedos de barro, con cabello de hojas gastadas, con manos de artificio, con mejillas de lava, con una boca de montaña, con voz de avalancha, con una carne vegetal, con la piel de celofán, con un corazón de terciopelo, con sed de mucho mar.
a mi cuerpo le vertió confusas anomalías, un par de desvaríos, manías pasajeras, constantes latidos serenos, contornos puros bajo mis palmas, cálidas plegarias de mi voz, valles infinitos por mi espalda, pasos lentos de mis huellas, pupilas fotogénicas, pensamientos errados, dolores viejos sanados y no, imagenes repetitivas, memorias frescas, rostros nuevos, días sucesivos, secretos guardados, noches de vigilias, oníricos sueños, tardes bondadosas, momentos agónicos, reflejos silenciosos, sombras de ausencias, madrugadas estériles, fragores nocturnos, palabras alentadoras, felicidad refugiada, dichosos colores, cenizas de un mundo entero.
me agregó el sentimentalismo abstracto, el placer de lo ajeno y la autosatisfacción. la emoción bajo las capas de la madurez, el don de las palabras, el palpar con delicadeza, lo valioso de la dicha. abrazar sin dimensión, sonreír y reír con quien ame. lanzarme con fervor y sin miedo. arrancarme de la desesperación y fugarme del desaliento. no temer a las despedidas, ni al olvido ni a la intriga. avanzar sin esperar nada a cambio, confiar, intentar. rehusarme a lo que no quiero para mí, a despojarme del llanto incesante. que si no estoy del todo bien, también está perfecto.
‹todo soy y también nada soy›
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