Todos. Caen en la angustia, en ese escribir para sanar algo que se sabe, en el fondo, que no se puede sobrellevar. Entonces se recurre a la palabra como salvación, como intento de salvavidas: una forma de apaciguar el dolor y de solventar la vida. Al fin y al cabo, todos ceden a escribir sobre las circunstancias incomprensibles, las injusticias y los amores malogrados. Los amores del “volvé, por el amor de Dios”. Los amores y desamores del por qué, por qué y por qué. Esa es la cara del amor que despreciamos, que no toleramos pero que no le podemos escapar. Para recibir lo bueno hay que aceptar lo malo y todas esas cosas.
En cierto modo me aburre... quizás porque me acostumbré. Me acostumbré a leer poemas de sentimientos pésimos, de augurios interminables. Me acostumbré a escribir para descubrir el origen del manjar del sufrimiento. Y dale todo el tiempo con la cuestión introspectiva. La cuestión de yo, del vos, del otro, que nunca se termina de entender. Y todo para enroscarme infinitamente y no llegar a nada.
Pero tampoco me gustan los poemas felices. Tal vez porque no existen. Entonces no sé si el poema tiene que reflejar lo desquiciado y la crítica constante, porque detesto los poemas típicos de amor. Del “sos la flor más dulce” y de lo lindo y de lo bello y toda esa ceguedad que después se desvanece. Me enferma, me desconcierta, como si en realidad estuviese esperando el pozo del poeta. Y de nuevo la falsa esperanza sobre la que se cierran las palabras. Ese mínimo destello del cual nos queremos agarrar los que escupimos letras. Un sostén, un hilo, un algo que nos motive a concluir el poema, el dolor, en algo salvable. En algo que no termine ahí. Quizás porque nuestro mayor miedo sea el fin, la conclusión de las cosas: el punto final.
Por eso hablamos del dolor y de amores y de críticas constantes a todo y a todos. Por esa inconstancia que nos compone, por esas fluctuaciones del empezar con la tranquilidad y volver al vacío, mientras se atraviesan los grises de soledad, desconcierto, certeza, éxtasis, nostalgia y todas las cosas que hacemos de cuenta que no nos importan.
Pero nos importan mucho, eso es lo peor. Porque todo es mortal hasta que se impregna en el papel manchado con agua hervida. Y volvemos a empezar.
Malditos seamos los poetas.
Malditos seamos todos, poetas o no, que vivimos en la constante inestabilidad de un mundo que nunca terminamos de comprender.
Si te gustó este post, considera invitarle un cafecito al escritor
Comprar un cafecito
Rocío Butman
Una escritora obsesiva y apasionada. Publiqué mi primer poemario "Ónix Cielo" que se encuentra disponible en mi página web.
Recomendados
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión