El mismo dia, a la misma hora
El humo del queso trepa las lámparas,
una niebla densa que solo ella ve.
El mozo cruza el salón con los ojos vendados,
lleva en la bandeja un eco,
un rastro de perfume que se niega a disiparse.
Él llega siempre a la misma hora,
ajeno a las grietas del mantel,
a la sinfonía de tenedores y bocas
que se abren como puertas a ningún lado.
Ella lo observa desde su mesa,
una sombra que se pliega en la esquina,
y en su copa de vino se deshace
una ciudad entera, un jueves que ya pasó
pero insiste en repetirse.
Si él la mirara,
si él la viera,
tal vez la luz cambiaría de color,
tal vez el lugar se inclinaría unos grados
y la dejaría caer
directo a su historia.
Pero el mantel sigue intacto,
el mozo avanza sin tropezar,
y la noche
repite su último acorde
como un disco rayado.
Su presencia
El jueves se estira hasta el lunes,
hasta el martes,
hasta un calendario en blanco
donde solo existe su sombra sentada
y el sonido de su propio nombre
pronunciado en un idioma
que le gustaria aprender.
El hombre de la pizzería
habita en los espejos de su casa.
Lo ve en la ventana empañada,
en la cuchara hundida en el café,
en el televisor apagado que insiste
en encenderse solo a la madrugada.
Se pregunta si él sabe,
si alguna vez sintió el aire doblarse
cuando ella pasaba,
si vio las marcas que sus ojos dejaron
en la servilleta arrugada,
en el borde de la mesa,
en la línea exacta donde la realidad
se parte en dos.
No vuelve a la pizzería.
No puede.
El mundo ya le mostró
que los jueves se reproducen en su piel,
que el hombre sigue sentado,
mordiendo la misma porción
en el reflejo de cada vidrio
que la mira de vuelta.
El jueves eterno
El jueves cae otra vez sobre la ciudad.
Ella camina hasta el lugar
como quien regresa a un sueño
del que nunca quiso despertar.
El hombre ya debería estar ahí,
doblando el borde de la servilleta,
sosteniendo el vaso como si pesara demasiado,
pero su mesa está vacía.
Se sienta en su rincón,
pide un vino que apenas toca,
espera.
Los minutos se apilan sobre la mesa.
El mozo pasa,
le pregunta si quiere ordenar.
Ella niega con la cabeza.
Desde la ventana, la noche parece la misma,
pero hay algo distinto en el aire,
una grieta en la rutina,
una ausencia que nadie más parece notar.
Tal vez él eligió otro lugar.
Tal vez rompió el hechizo de los jueves
y ahora es libre.
Tal vez nunca vuelva.
O quizás—
quizás la pizzería lo retenga en otro rincón,
en una mesa fuera de su vista,
y en este preciso instante
él también esté esperando,
mirando la puerta,
buscando un rostro
que nunca llega.
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