Todos los infiernos posibles

Vos, sabes dónde estoy. Dios lo ve todo y conoce nuestros pensamientos. "Solo los bienaventurados alcanzarán la gloria del cielo". Aún recuerdo la expresión ingenua de la catequista repitiendo hasta el hartazgo las reglas. Portarse bien. No mentir, no desobedecer. No faltar a misa. Arrepentirse de los pecados. Ser buen hijo de Dios.

Nada de eso me sirvió, ni siquiera como amenaza, más bien se transformó en un desafío. Los pensamientos comenzaron en mí siendo un niño y no me daba miedo que los supieras. Cuando me confesaba sólo le contaba al cura los pecados más tontos, porque lo que realmente me importaba era que vos solo supieras mis verdaderas intenciones.

La maldad fue creciendo en mí hasta convertirse en un todo, como una hiedra que acapara la tierra. Siempre quise saber hasta dónde me ibas a dejar llegar. Nunca me detuviste. No sentí piedad. Ni con la mujer que imploraba de rodillas. Sabía que vos me veías gozar. Me obsesionaba hacer todo lo contrario a lo que pretendiste enseñarme.

            No entré al reino de los cielos.

¿Habría servido de algo?

¿Acaso creíste que entrar al infierno era suficiente castigo? Te equivocaste.

            Este es mi lugar. Rodeado de bestias que solo vivimos para hacer el mal y a los que usaste para justificar tu existencia. Pobres tus fieles si no fuera por nosotros, no tendrías nada para prometerles.

  Coparemos todos los infiernos posibles, multiplicados en millones.

Esto nunca acabará. Siempre habrá gente como yo.

Esta guerra no tiene fin igual que tu proclamada eternidad.

Así verás, Dios, como al fin, tu cielo no es más que un desierto de almas engañadas.

                                                            SILVINA CASTELLER