Todos los días de enero,
y esta maldita costumbre
de aferrarme a lo que ya se ha ido,
de sostener lo insostenible,
de insistir en algo
que nunca volverá.
Hay algo más difícil que olvidar.
El verano aprieta,
la ciudad hierve,
la gente sigue con su vida.
Y yo,
atrapada en la peor de las trampas:
la inercia.
No es amor.
Hace rato que no es amor.
Pero sigo,
como quien camina por costumbre,
como quien repite un ritual vacío
porque no sabe qué hacer con las manos.
Hay algo más difícil que olvidar.
Tus manos soltaron las mías
sin violencia, sin promesas, sin épica.
No me dejaste.
No te dejé.
Nos fuimos yendo.
Hay algo más difícil que olvidar.
¿Por qué esta terquedad que late en mí,
esta absurda necesidad de tenerte,
si tus pasos siempre caminaron
tan lejos de los míos,
si tu mirada nunca aprendió
a quedarse en la mía?
Caminando en círculos
alrededor de lo que podría ser
si tan solo encajara.
No te puedo pedir más
y ya no quiero darte menos.
Quizás, en este enero interminable,
entienda al fin lo que se calla:
que el eco de tu ausencia
es la única respuesta,
y que soltarte
es aprender a sostenerme.
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Cielo Hochberg
No sé por qué siempre que escribo termino hablando de ausencias, de muerte y de amor. Será que quizás son las únicas formas de vida que conozco.
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