Todos los Crímenes que no cometí: Capítulo I // Miriam y Alberto Enrique
May 28, 2025

Estaba en cuarto grado cuando me di cuenta de que odiaba el colegio. No el concepto de colegio, sino ese colegio. Uno para la clase media pudiente. Cada tanto aparecía alguna pobre para recordarnos a todas que teníamos que sentirnos agradecidas. A mí me daban pena. Y pensaba: te juro que es mejor un colegio público. Bienvenidas al claustro que llaman "Colegio".
Ahí te adoctrinan el cerebro para convertirte en una futura buena ama de casa.
De hecho, teníamos una materia que se llamaba “Hogar”, donde nos enseñaban todas las tareas domésticas. Y la maestra siempre nos recordaba: “Para que cuando llegue su futuro esposo, pueda disfrutar de la casa que ustedes cuidan”. Cuando decía eso, en mi mente sonaba la voz de un llavero electrónico que al apretarlo decía: “Andá a cagar”. Bueno, con esa misma voz: “Andá a cagar”.
Yo tenía clarísimo que no me iba a casar. Porque no pienso lavarle ni medio tomate a un hombre que dice ser más inteligente que yo, mientras yo solo debo alimentarlo y satisfacer su animalidad.
Y ese día, en el colegio, al ver la cara triste de nuestra nueva compañera, llegó mi primera chispa. Me encendió el alma. Sentí que podía estar en otro lugar, aunque físicamente me tocara otro. Vivir en dos realidades me pareció una idea fantástica para sobrevivir la humanidad.
Así que, en honor al colegio religioso que me tocó atravesar, elegí el nombre de María Magdalena.
Un tributo a dos mujeres que cambiaron el mundo y nos enseñaron a resistir en medio de un patriarcado todavía peor que el de ahora. María, una virgen. Magdalena, una puta. Balance entre luz y oscuridad, pureza y pecado.
María es quien soy. Magdalena es mi imaginación haciendo justicia para que el mundo sea un lugar mejor. Mi mundo.
Porque en el mundo real, cuando “mato a alguien”, es que lo desaparezco de mi vida para siempre. No hace falta violencia. Solo tenés que desaparecer de la vida del otro, aunque eso implique cambiarte de ciudad.
No voy a ir presa por matar boludos. Y cualquier persona puede ser una boluda… menos en mi imaginación.
Así que bienvenidos/as a las historias de mi personaje: real y ficticio.
María Magdalena.
Capítulo I : Mi esposo Alberto Enrique y su mamá Miriam
En mi imaginación, mi marido se llama Alberto Enrique. Y para el mundo en el que me tocó vivir, era un buen partido. Pero demasiado mamero para mi gusto. Su mamá era una vieja insoportable. Así que decidí matarlos a los dos.
¿Cómo los mato? Primero, me divierto. La muerte libera, y yo quería hacerlos sufrir. Porque son gente estúpida. Y ellos nos hacen sufrir a diario. ¿O acaso mi sufrimiento no vale?
A Alberto Enrique lo conocí en el colegio. Se enamoró de mí a primera vista. Yo ya había tenido algunos noviecitos antes, y me ennovié con él porque me di cuenta de que me amaba de verdad. Así que me dejé amar. Es más satisfactorio que andar amando.
Además, tenía que limpiar mi fama de “chica fácil”, que me estaba ganando por haberme dado unos besitos con noviecitos anteriores. Terminé enamorándome. Soñaba con conocer el mundo con él. Era de esas novias que le pinchaba el acné de la espalda y le cortaba las uñas de los pies.
Hasta que un día me dijo que tenía que trabajar en un banco para “sentar cabeza”. En cuanto terminó de decirlo, me desenamoré. Porque supe que no era él quien hablaba, sino Miriam… su madre.
Pero ya estábamos casados. Y el divorcio no está bien visto en estas épocas. Quizás en el futuro a nadie le importe. Pero hoy sí importa. A mí me importa. Además, los hombres se quedan con todo. Y esto me lo trabajé.
Así que empecé a leer revistas y documentales sobre países pobres. Mucha gente muere por bacterias fáciles de reproducir, que nadie sospecha. Leí sobre un brote de E. coli en un restaurante de comida rápida. Me pareció perfecto. Sin rastros.
Leí todo lo que encontré sobre la bacteria, en panfletos y materiales de prevención. El plan: que la ingirieran sin que pareciera sospechoso. Materiales: agua contaminada, vegetales, carne cruda…
Sabía que mi suegra lo invitaba a comer todos los miércoles. “Para cortar la semana”, decía la celosa, porque su hijo prefería mi comida. Así que decidí envenenar su plato. Me pareció un acto reivindicatorio.
Me la agarré con ella por ser una mujer que nunca hizo nada por otra mujer. Era muy mandona y una moralista sin argumentos. "Porque mi marido decía que era así"… un militar de cuarta que hizo dinero. Nuevos ricos de los 70s.
Muchas veces la veía hablar y no podía evitar pensar: ¿Alguna vez esta señora habrá pensado algo por motus propio? ¿Se puede ser tan boluda? Miriam es la prueba viviente de que sí.
Miriam y Alberto Enrique comían juntos todos los miércoles, ella ya ni cocinaba. Solo los domingos, unos ñoquis horribles que comíamos “por hacerle el aguante”. Los miércoles pedía comida del bodegón de la esquina.
Podría haberle puesto la bacteria en esa comida, pero la verdad es que me encantan los buñuelos de espinaca del bodegón.
Vienen en un plato hondo, entre un pañuelo que absorbe la grasa y los mantiene calentitos. Tienen una temperatura perfecta porque no te queman la lengua cuando los mordés. El secreto es que rallan el ajo y la cebolla cuando cocinan la espinaca. Una delicia. No iba a arruinarle el negocio a los chicos del bodegón. No voy a quedarme sin los buñuelos.
La solución apareció un domingo, cuando fuimos a comer los ñoquis a su casa. Porque hacía la salsa con carne picada… Solo tenía que revolverle carne cruda en la salsa. Me pareció fácil y le podían echar la culpa a la vieja por ser vieja y no ver bien cuando la carne está cocida.
Preparé la carne dejándola varios días en el fondo de la heladera, entre frutas y verduras ya llenas de hongos. Alberto Enrique jamás revisa la heladera de casa.
Cuando llegamos, fui al baño y tomé un poco de carne que había llevado en mi bolso. Fui a la cocina y sin que me vieran, puse la carne cruda en la salsa. Esa vez sí había logrado ponerle la carne cruda a la salsa. Cuando tocó servir, pedí sin salsa con la excusa que tenía acidez, que creía que estaba embarazada. La cara con la que se miraron… les brillaban los ojos. Querían legalizar su complejo de Edipo conmigo. La que les pare el pibe. Enfermos.
Comieron la carne. Mis ojos bailaban entre sus bocas. Qué feos son los dientes de Miriam, hace ruido al comer y no cierra la boca… Gotas de salsa quedaban repartidas sobre la mesa. Alberto Enrique sí tiene lindos dientes. Y es muy prolijo cuando come… Voy a extrañar verlo comer.
Comieron la carne cruda y no se dieron cuenta.
Repetí el ritual varios domingos. Pero no se morían. Diarreas, vómitos, deshidratación…
Yo también me tuve que enfermar. Me vino bien para regular la menstruación. Y les hice creer que había perdido el bebé.Tengo una amiga médica. Me ayudó con el plan del falso aborto.
Un día que nos intoxicamos los tres, porque pensé que era menos sospechoso si yo también me enfermaba. Obvio, siempre comía menos. Y también pienso que morir era una opción que me significaba libertad.
Puedo decir que mi objetivo de divertirme antes de matarlos fue cumplido. Ver a la vieja con diarrea y a su hijo limpiándole el culo lleno de mierda fue una victoria para mí.
El domingo de la tragedia, casi me muero yo. Pero el plan salió bien. Se murieron los dos. Y yo sobreviví.
Antes de ir ese domingo a comer, cogí con Alberto Enrique como nunca antes. Fue fuego y pasión. Me quise despedir así de él.
Alberto Enrique quedó feliz: sexo y pasta. “Puedo morir en paz”, lo escuché decir.
Como yo estaba en cuidados intensivos, pude evitar ir al entierro. Al salir, limpié los dos departamentos. Alquilé el de ella para tener ingresos. Viví unos años actuando el duelo, hasta que vendí todo “en búsqueda de aire fresco” y empecé de cero.
Me despedí de los chicos del bodegón y me regalaron la receta de los buñuelos.
Me compré una casa en Mendoza y otra en Santiago de Chile. Me divierto cruzando la cordillera. Tengo un viñedo, algo chiquito. Una casita para turistas. No les doy carne picada, no pude volver a comer carne vacuna. Aman mis buñuelos. Tengo buenos comentarios en los portales de turismo.
No me volví a casar. Tampoco me enamoré. Ahora sí puedo tener novios pasajeros y nadie me tilda de puta. Ahora soy “una mujer new age” y las chicas jóvenes me dicen que quieren ser como yo cuando sean grandes.
Vivo del turismo, que era lo que siempre quise. No me siento culpable.
Me gusta pensar que reencarnaron juntos. O que están en la misma nube.
En el viñedor hicimos un vino con su nombre: Mirialber. Un blend de Malbecs tan intensos como ellos dos.
Sigo actuando el duelo, porque cuando cuento cómo quedé viuda, la gente lo ve como una mala pasada del destino… Y me dan cosas. A veces, meditando, me río sola… Lo que me molestó fue que me dijera que trabajara “en un banco”. Pobre. Creo que me pasé de la raya con mi enojo.
Salud.
María Magdalena.
Andreina Alessio
Ocultista, Wicca, Maga, Bruja, Astróloga, Filosofa hermética, Licenciada en Comunicación Social, todo eso, todo junto, a la vez.
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