no soy difícil de querer, mi rostro no exige mapas, ni mi cuerpo cerraduras. no hay acertijos en mi voz, ni pruebas escondidas entre mis gestos. soy clara, y eso no me vuelva liviana, pero todo lo que toco, me lo quedo, porque no sé pasar sin mirar, y tampoco sé mirar sin guardar. camino con las manos abiertas, y todo lo que roza mis dedos encuentra lugar en mi memoria.
no es un acto consciente, no es obsesión, <es naturaleza> una forma de nombrar las cosas sin pronunciarlas.
lo que veo me atraviesa, lo que escucho me cambia, lo que toco deja una forma nueva en mi interior y no siempre puedo explicar por qué algo se queda, no siempre entiendo por qué lo mínimo me acompaña cuando lo inmenso desaparece.
he aprendido a no soltarlo todo, a no hacer limpieza del alma sólo porque alguien dijo que es sano. a veces lo que duele / también sostiene.
no soy difícil de querer, es solo que mi manera de estar deja huella.
no conozco el desapego y tampoco creo en el olvido como camino, no acepto que lo vivido deba disolverse sin dejar rastro. prefiero cargar con las marcas antes que negar su origen, prefiero [ y quiero ] ser exceso antes que vacío.
y sí, todo lo que toco, me lo quedo, aunque no sea mío, aunque no dure, aunque no vuelva, porque en este cuerpo las cosas no se van, se transforman, se hunden y se mezclan con lo que ya era.
y aunque duela, aunque me reste espacio y me deje sin aire algunas veces, sigo eligiendo quedarme con todo, no para retener, sino para honrar, tampoco para controlar, sino para recordar, porque lo que toco me construye.
y sin eso, ¿qué me queda?
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