Todavía te echo de menos

No sé en qué momento exacto empezaste a dolerme más de lo que me hacías bien. A veces pienso que fue poco a poco, como una cuerda que se va tensando hasta que ya no aguanta más. Y sin embargo, aquí estoy, a tantos kilómetros de ti, sabiendo que fuiste herida, pero también hogar por un tiempo.
Y por eso te echo de menos.

No de la forma en que se extraña algo bonito y puro. Te echo de menos con el corazón enredado. Con los recuerdos a medias. Con palabras que quedaron flotando y nunca se dijeron. Con esa extraña sensación de querer escribirte y saber que no debo.

La distancia entre tú y yo ya no es solo física. Es emocional, es abismo. Son mensajes que nunca llegaron, promesas que se rompieron sin ruido. Es esa nueva vida que llevas, en otro lugar, quizás con otras personas, mientras yo todavía intentó barrer los restos de lo que fuimos.

Y sin embargo, hay momentos en los que me sorprendo deseando saber de ti. No porque espere algo. No porque quiera volver. Solo por esa nostalgia absurda que se instala sin permiso.
Me pregunto si tú también sientes ese peso en el pecho a veces. Si el eco de mi nombre aún te suena en algún rincón lejano.

No puedo olvidar que me hiciste daño. Me costó reconstruirme. Me costó entender que amor no siempre significa quedarse. Pero también me cuesta arrancarte del todo. Porque no todo fue oscuro. Hubo luces también. Hubo risas reales, miradas que hablaban sin decir nada, noches en las que sentí que por fin alguien me entendía.

Quizá por eso duele tanto echarte de menos. Porque aún con todo, hubo algo verdadero entre nosotros. Y porque a pesar del daño, hubo momentos en los que fuiste mi persona, aunque fuera por poco tiempo.

No espero respuestas. No busco reencuentros. Solo necesitaba decir que todavía, en esta distancia que nos separa y en este silencio que nos cubre, hay una parte de mí que no te olvida.